Capítulo XVII y Capítulo XVIII


CAPÍTULO XVII
Meditación 9ª : A MANERA DE ELECCIÓN DEL PARAÍSO

PREPARACIÓN
1. Ponte en la presencia de Dios.
2. Humíllate en su presencia y pídele que te ilumine.



CONSIDERACIONES

Imagina que te encuentras en campo raso, sola con tu buen ángel, como el jovencito Tobías cuando iba a Rages, y que te hace ver: arriba el cielo, con todos los goces representados en la meditación del paraíso, que acabas de hacer, y, abajo, el infierno, con todos los tormentos descritos en su correspondiente meditación, arrodíllate delante de tu ángel:

1. Considera que es una gran verdad el que tú te encuentras entre el cielo y el infierno, y que uno y otro están abiertos para recibirte, según la elección que hubieres hecho.

2. Considera que la elección del uno o del otro, hecha en este mundo, durará eternamente.

3. Aunque ambos están abiertos para recibirte, según la elección que hicieres, es cierto que Dios, que está presto a darte o el uno por su misericordia o el otro por su justicia, desea, empero, con deseo no igualado, que escojas el paraíso; y tu ángel bueno te impele a ello, con todo su poder, ofreciéndote, de parte de Dios, mil gracias y mil auxilios, para ayudarte a subir.

4. Jesucristo, desde lo alto del cielo, te mira con bondad y te invita amorosamente: «Ven, ¡oh alma querida!, al descanso eterno: entre los brazos de mi bondad, que te ha preparado delicias inmortales, en la abundancia de su amor». Contempla, con los ojos del alma, a la Santísima Virgen, que te llama maternalmente: «Ánimo, hija mía, no desprecies los deseos de mi Hijo, ni tantos suspiros que yo hago por ti, anhelando con Él, tu salvación eterna». Mira los santos que te exhortan y un millón de almas que te invitan suavemente, y que otra cosa no desean que ver tu corazón unido al suyo, para alabar a Dios eternamente, y que te aseguran que el camino del cielo no es tan escabroso como el mundo lo presenta: «Seas esforzada, querida amiga, te dicen ellas; el que considere bien el camino de la devoción, por el cual nosotros hemos trepado, verá que hemos alcanzado estas delicias mediante otras delicias incomparablemente más suaves que las del mundo».


ELECCIÓN

1. ¡Oh infierno!, te detesto ahora y eternamente; detesto tus tormentos y tus penas; detesto tu infortunada y desdichada eternidad, y, sobre todo, las eternas blasfemias y maldiciones que vomitas continuamente contra Dios. Y, volviendo mi alma y nú corazón hacia ti, ¡oh hermoso paraíso, oh gloria eterna, felicidad perdurable!, escojo irrevocablemente y para siempre mi morada y mi estancia dentro de tus bellas y sagradas mansiones, y en tus santos y deseables tabernáculos. Bendigo, ¡oh Dios mío!, tu misericordia y acepto el ofrecimiento que de ella te plazca hacerme. ¡Oh Jesús, Salvador mío!, acepto tu amor eterno y la adquisición, que para mí has hecho, de un lugar en esta bienaventurada Jerusalén, más que para otra cosa, para amarte y bendecirte eternamente,

2. Acepta los favores que la Virgen y los santos te hacen; promételes que te encaminarás hacia ellos; da la mano a tu buen ángel, para que te conduzca; alienta a tu alma para esta elección.






CAPÍTULO XVIII
Meditación l0ª :
A MANERA DE ELECCIÓN QUE EL ALMA HACE DE LA VIDA DEVOTA

PREPARACIÓN
1. Ponte en la presencia de Dios.
2. Humíllate en su presencia y pide su auxilio.


CONSIDERACIONES
1. Imagínate que te encuentras otra vez a campo raso, sola con tu ángel bueno, y, al lado izquierdo, mira al diablo sentado sobre un gran trono muy encumbrado, rodeado de muchos espíritus infernales y de una gran muchedumbre de mundanos, que, con la cabeza descubierta, le rinden acatamiento, unos por un pecado y otros por otro. Mira la actitud de estos desdichados cortesanos de tan abominable rey, y verás cómo unos están furiosos de rabia, de envidia y de cólera; otros se matan mutuamente; otros andan demacrados, tristes y llenos de angustia, en busca de las riquezas; otros entregados a la vanidad, sin ninguna clase de goce, que no sea inútil o vano; otros envilecidos, perdidos y corrompidos en sus brutales afectos. Considera cómo todos viven sin reposo, sin orden, sin continencia; cómo se desprecian los unos a los otros y cómo no se aman sino con fingida apariencia. Finalmente verás una desdichada nación, tiranizada por este rey maldito, que te hará compasión.

2. A la derecha, contempla a Cristo crucificado, que, con un amor cordial, ruega por estos pobres endiablados, para que salgan de esta tiranía, y que los llama a sí, rodeado de un gran ejército de devotos, juntamente con sus ángeles. Contempla la belleza de este reino de devoción

¡Qué hermoso es ver este cortejo de vírgenes, de hombres y mujeres más blancos que los lirios; esta asamblea de viudas aureoladas de una santa mortificación y humildad! Mira esa hilera de personas casadas que viven tan dulcemente, unidas por un mutuo respeto que no puede existir sino merced a una gran caridad. Ve cómo estos devotos saben hermanar los cuidados exteriores de su casa con los de la vida interior, el amor al marido con el amor al Esposo Celestial. Míralos en todas partes, y siempre los verás con un porte santo, dulce, amable, escuchando a Nuestro Señor al que quieren introducir dentro de su corazón. 

Se alegran, pero con una alegría graciosa, amorosa y bien ordenada; se aman los unos a los otros, pero con un amor sagrado y enteramente puro. Los que, en este pueblo devoto, están afligidos, no se atormentan excesivamente y no pierden la paz. En una palabra: contempla los ojos del Salvador que los consuela, y repara cómo todos juntos suspiran por Él.

3. Hasta ahora has dejado a Satanás, con su triste y desgraciado séquito, gracias a los buenos afectos que has concebido, pero, a pesar de ello, todavía no has llegado al Rey Jesús, ni te has juntado a la compañía santa y feliz de los devotos, sino que has fluctuado siempre entre uno y otro.

4. La Santísima Virgen, con San José, San Luis, Santa Mónica y otros cien mil, que forman en el escuadrón de los que han vivido en medio del mundo, te invitan y te alientan.

5. El Rey crucificado te llama por tu propio nombre: «Ven, mi bien amada, ven, que quiero coronarte. »

ELECCIÓN
1. ¡ Oh mundo, oh legión abominable! ; no, jamás me verás bajo tu bandera; por siempre jamás he dejado tus locuras y tus vanidades. Rey de orgullo, rey de desdicha, espíritu infernal, renuncio a ti y a tus vanas pompas y te detesto con todas tus obras.

2. Y, al convertirme a Ti, dulce Jesús mío, Rey de bienaventuranza y de gloria eterna, te abrazo, con todas las fuerzas de mi alma, te adoro con todo mi corazón, te elijo, ahora y para siempre, por mí Rey, y, con inviolable fidelidad, te rindo homenaje irrevocable; me someto a la obediencia de tus santas leyes y mandamientos.

3. ¡Oh Virgen santa, amada Señora mía!, te elijo por mí guía, me pongo bajo tu enseña, te ofrezco un particular respeto y una reverencia especial.
¡Oh mi santo ángel!, preséntame a esta sagrada asamblea; no me dejes hasta que llegue a esta dichosa compañía, con la cual digo y diré, por siempre jamás, en testimonio de mi elección: «Viva Jesús, viva Jesús».