Parte 3 Cap. XVI al XX


CAPÍTULO XVI
MANERA DE PRACTICAR LA POBREZA DE ESPÍRITU 
EN MEDIO DE LA POBREZA REAL



Pero, si eres realmente pobre, queridísima Filotea, por Dios, procura serlo también de espíritu; haz de la necesidad virtud, y emplea esta piedra preciosa de la pobreza en lo que ella vale: su brillo no es conocido en este mundo, a pesar de que es extremadamente hermoso y rico.

Ten paciencia, pues andas en buena compañía: Nuestro Señor, Nuestra Señora, los Apóstoles y otros muchos santos y santas que fueron pobres, y aun ´pudiendo ser ricos, menospreciaron el serlo. ¡Cuántos grandes del mundo, viniendo las mayores contradicciones, han ido, con diligencia no igualada, a buscar la santa pobreza en los claustros y en los hospitales! Mucho se han afanado para encontrarla, como lo atestiguan San Alejo, Santa Paula, San Paulino, Santa Ángela y tantos otros. Mas, he aquí Filotea, que la pobreza, más amable contigo, se presenta en tu casa; la has encontrado sin buscarla y sin trabajo; abrázala, pues, como a una amiga muy querida de Jesucristo, que nació, vivió y murió en la pobreza, la cual fue su alimento durante toda su vida.

Tu pobreza, Filotea, tiene dos grandes ventajas, merced á las cuales pueden acrecentarse en gran manera tus méritos. La primera es que no te ha sobrevenido por propia elección, sino por la sola voluntad de Dios, que te ha hecho pobre, sin cooperación alguna por parte de tu voluntad. Ahora bien, lo que recibimos puramente de la voluntad de Dios siempre le es más agradable, con tal que lo aceptemos de corazón y por amor a su voluntad divina: donde hay menos de nuestra parte, hay más de parte de Dios. La simple y pura aceptación de la voluntad de Dios, purifica extraordinariamente el sufrimiento.

La segunda ventaja de esta pobreza es el ser una pobreza verdaderamente pobre. Una pobreza alabada, halagada, socorrida y ayudada, participa de la riqueza; a lo menos no es enteramente pobre; pero una pobreza despreciada, rechazada, vilipendiada y abandonada, es pobre de verdad. Ahora bien, tal suele ser ordinariamente la pobreza de los seglares, porque, puesto que no son pobres por propia elección, sino por necesidad, no se hace gran caso de ella; y, porque se hace poco caso, su pobreza es más pobre que la de los religiosos, aunque ésta tenga, bajo otro concepto, una muy grande excelencia y sea mucho más recomendable, por razón del voto y de la intención por la cual ha sido escogida.

No te quejes, pues, amada Filotea, de tu pobreza, porque sólo nos quejamos de lo que nos desagrada, y si te desagrada la pobreza, no eres pobre de espíritu, sino rica de afecto.

No te desconsueles si no te ves socorrida cual convendría, pues precisamente en esto consiste la excelencia de la pobreza. Querer ser pobre sin ninguna incomodidad, supone una ambición muy grande, porque esto es querer el honor de la pobreza y la comodidad de las riquezas.

No te avergüences de ser pobre ni de pedir limosna por caridad; recibe la que te den, con humildad, y acepta, con dulzura, las repulsas. Acuérdate con frecuencia del viaje de la Santísima Virgen a Egipto, llevando allí a su querido Hijo y de los muchos desprecios, pobreza y miseria que hubo de soportar. Si vives como ella, serás muy rica en medio de tu pobreza.


CAPÍTULO XVII
DE LA AMISTAD Y, EN PRIMER LUGAR, DE LA QUE ES MALA Y FRÍVOLA



El amor ocupa el primer lugar entre las pasiones del alma; es el rey de todos los movimientos del corazón; transforma en sí mismo todas las demás cosas y nos hace tales cuales son los objetos amados. Ten, pues, gran cuidado, Filotea, en que tu amor no sea malo, porque, enseguida, serías tú mala como él. Ahora bien, la amistad es el más peligroso de todos los amores, porque los demás pueden darse sin comunicación alguna; pero en cuanto a la amistad, por estribar esencialmente en aquélla, es imposible tenerla con una persona sin participar de sus cualidades.

No todo amor es amistad, porque puede el hombre amar sin ser amado, y, entonces, hay amor, pero no amistad, ya que la amistad es un amor mutuo, y sin amor mutuo no puede existir; además, no basta que sea mutuo, sino que es menester que las partes que se aman conozcan su recíproco afecto, porque, si. lo ignoran, habrá amor, mas no amistad; en tercer lugar, es también necesario que exista alguna clase de comunicación que sea el fundamento de la amistad.

Según sea la diversidad de trato, la amistad es también diversa, y el trato es diverso, según sean los bienes que los amigos se comunican mutuamente; si son bienes falsos y vanos, la amistad es falsa y vana; si son bienes verdaderos, la amistad es verdadera, y, cuanto más excelentes sean los bienes, más excelente será la amistad. Porque, así como la miel es más excelente cuando es chupada de las flores más exquisitas, así el amor fundado en la más exquisita comunicación es también el más excelente; y así como la miel de Heraclea del Ponto es venenosa y vuelve locos a los que la comen, porque está sacada del acónito, que abunda en aquella región, de la misma manera, la amistad fundada en la comunicación de bienes falsos y viciosos, es del todo falsa y mala.

La comunicación de los placeres carnales es una mutua inclinación y un cebo brutal, que no merece el nombre de amistad entre los hombres, más de lo que merece entre los jumentos y caballos.

La amistad fundada en la comunicación de los placeres sensuales es grosera e indigna del nombre de amistad, como lo es también la que se funda en virtudes frívolas y vanas, porque estas virtudes dependen también de los sentidos. Llamo placeres sensuales a los que se refieren inmediata y principalmente a los sentidos externos, como el placer de contemplar la belleza, de oír una dulce voz, de tocar, y otros semejantes. Entiendo por virtudes frívolas ciertas habilidades y cualidades vanas, que los espíritus débiles llaman virtudes y perfecciones. Si oyes hablar a la mayor parte de las doncellas, de las mujeres y de los jóvenes, advertirás que no se recatan de decir: aquel joven es muy virtuoso, posee muchas perfecciones porque baila bien, juega bien a toda clase de juegos, viste bien, es galante, tiene hermosas facciones, y los charlatanes tienen por más virtuosos a los que son más chistosos. Ahora bien, como que todo esto sólo mira a los sentidos, también las amistades que de aquí nacen se llaman sensuales, vanas y frívolas, y más merecen el nombre de vanidad que el de amistad. Tales son ordinariamente las amistades de la gente moza, que se enamora de unos bigotes, de unos cabellos, de unas miradas, de un vestido, del porte, de la verbosidad: amistades propias de la edad de los enamorados, cuya virtud está en ciernes y cuyo juicio está en capullo. Por lo mismo, estas amistades no son más que pasajeras, y se derriten, como la nieve al sol.


CAPÍTULO XVIII
LOS AMORÍOS



Cuando estas amistades frívolas se entablan entre personas de diferente sexo y sin mirar al matrimonio, se llaman amoríos, porque, no siendo abortos, o mejor dicho, fantasmas de la amistad, no pueden llevar el nombre de amistad ni de amor, a causa de su incomparable vanidad e imperfección. Por ellas, pues, los corazones de los hombres y de las mujeres quedan aprisionados, esclavos y encadenados los unos con los otros, con vanos y locos afectos, fundados en estas frívolas comunicaciones y placeres ruines de que acabamos de hablar. Y aunque estos necios amores acaban, ordinariamente, por fundirse y precipitarse en carnalidades y lascivias feas, no es, empero, éste el primer intento de los que se entretienen en ellos; de lo contrario ya poseerían amoríos, sino manifiestas torpezas. En algunos casos, podrán pasar aun muchos años, sin que, entre los tocados de esta locura, ocurra alguna cosa, directamente contraria a la castidad del cuerpo, porque se contentan únicamente con desahogar su corazón con deseos, anhelos, suspiros, galanterías y otras necesidades y vanidades parecidas, y esto con diversas pretensiones.

Unos no intentan otra cosa que satisfacer a su corazón, dando y recibiendo amor, guiados en esto por su inclinación amorosa, y éstos cuando escogen sus amores, sólo tienen en cuenta si son o no de su agrado y según sus instintos, de manera que, al encontrarse con una persona que les place, sin examinar el interior y el comportamiento de la misma, dan comienzo a este cambio de amoríos, y se enredan en la miserable red de la cual a duras penas podrán salir. Otros obran movidos por la vanidad, pues creen que es una cosa muy gloriosa cautivar y ligar los corazones con el amor; y éstos, como que andan en pos de la gloria, ponen sus trampas y tienden sus redes en lugares de relumbrón, distinguidos, raros e ilustres. A otros les guía la inclinación amorosa y, a la vez, la vanidad, pues, aunque su corazón se inclina al amor, no se entregan a éste si, al mismo tiempo, no pueden lograr alguna ventaja gloriosa.

Tales amistades son todas malas, locas y vanas: malas, porque conducen y acaban, al fin, en el pecado de la carne, y roban el amor y, por consiguiente, el corazón, a Dios, a la esposa y al marido, a los cuales se deben; locas, porque carecen de fundamento y de motivo; vanas porque no producen ningún provecho, ni honor ni contento. Al contrario, malbaratan el tiempo, son un estorbo para el honor, y no dan otro placer que el de un desazonado querer y esperar, sin saber lo que se pretende ni lo que se quiere. Porque a estos desdichados y débiles espíritus les parece que siempre hay un no sé qué envidiable en las manifestaciones de amor que se les hacen, y no saben precisar en qué consiste; y, así, su deseo nunca se ve saciado, sino que siempre anda en desasosiego su corazón, con perpetuas desconfianzas, celos e inquietudes.

San Gregorio Nacianceno, escribiendo contra las mujeres vanas, dice maravillas en esta materia. He aquí una muestra, dirigida a las mujeres, pero, aplicable también a los hombres: «Tu natural belleza basta para tu marido; pero, si es para varios hombres, como una red para una bandada de pájaros, ¿qué ocurrirá? Aquél te será agradable, a quien haya sido agradable tu belleza, y le devolverás mirada por mirada; en seguida acudirán las sonrisas y las palabritas de amor, encubiertas al principio, mas pronto te familiarizarás con ellas, y pasarás a la galantería manifiesta. Guárdate bien, lengua mía, de decir lo que ocurrirá después, pero quiero añadir otra verdad: nada de cuanto los jóvenes y las muchachas dicen o hacen, en medio de estas necias complacencias, está exento de grandes aguijones. En todo este fárrago de amoríos, unos se embrollan con otros, y unos atraen a otros, como el hierro atraído por un imán arrastra consigo, consecutivamente, a otros hierros».

¡Oh! ¡Y qué bien habla este gran obispo! ¿Qué piensas hacer? Dar amor, ¿no es verdad? Pero nadie da voluntariamente amor sin que, a la vez, lo reciba; en este juego, el que coge es cogido. La hierba aproxis recibe y toma el fuego en cuanto lo ve; lo mismo hacen nuestros corazones: en cuanto ven una alma inflamada de amor, al instante son abrasados por ella. Yo quiero recibir amor, dirá alguno, pero no quiero ir tan lejos. ¡Ah!, te engañas: este fuego del amor es mas vivo y penetrante de lo que te imaginas; procurarás no recibir más que una chispa, y quedarás maravillada al ver, en un momento, abrasado tu corazón reducidas a ceniza todas tus resoluciones y a humo tu buen nombre. Exclama el Sabio: «¿quién tendrá compasión de un fascinador mordido por una serpiente?» Y yo exclamo con él: ¡Oh!, locos e insensatos, ¿queréis fascinar el amor, para poderlo manejar a vuestro sabor? Queréis jugar con él, y él os picará y morderá traidoramente, y ¿sabéis lo que dirán de ello? Todo el mundo se burlará de vosotros y se reirá de vuestra pretensión de querer encantar el amor y de haber querido, con necia presunción, introducir en vosotros una peligrosa serpiente que os ha echado a perder y ha perdido vuestra alma y vuestro honor.

¡Dios mío, qué ceguera es ésta, jugar así al fiado, sobre prendas tan livianas, con el principal tesoro de nuestra alma! Sí, Filotea, puesto que Dios no quiere al hombre, sí no es por el alma; ni el alma, si no es por la voluntad; ni la voluntad, si no es por el amor. ¡ Ah, Señor! Nuestro amor no llega, ni de mucho, al grado que requiere; quiero decir que nos falta infinitamente para tener el que se necesita para amar a Dios, y, no obstante, miserables de nosotros, lo prodigamos y lo malbaratamos en cosas vanas, vacías y frívolas, como si nos sobrase. ¡Ah!, este gran Dios, que se había reservado el amor de nuestras almas, en reconocimiento de su creación, conservación y redención, exigirá una cuenta muy estrecha por estas locas sustracciones que de él le hacemos; porque si, con tanto rigor, ha de examinar las palabras ociosas, ¿qué no hará con las amistades vanas, inconvenientes, locas y perniciosas?

El nogal es muy dañoso a las viñas y a los campos en los cuales está plantado, pues, siendo tan grande, absorbe todo el jugo de la tierra, la cual se hace impotente para alimentar a las otras plantas; su follaje es tan tupido, que hace una sombra muy grande y muy espesa, bajo la cual son atraídos los viandantes, quienes, para coger el fruto, destrozan y pisotean cuanto hay alrededor. Estos amoríos causan los mismos daños al alma, pues la absorben de tal manera y atraen tan fuertemente sus movimientos, que no puede, después, llegar a hacer ninguna obra buena: las hojas, es decir, las conversaciones, los juegos, los requiebros son tan frecuentes, que malbaratan todo el tiempo, y, finalmente, son causa de tantas tentaciones, distracciones, sospechas y otras consecuencias, que todo el corazón queda pisoteado y deshecho. Resumiendo, estos amoríos ahuyentan, no sólo el amor celestial, sino también el temor de Dios, enervan el espíritu, debilitan la reputación: son, en una palabra, el juguete de las cortes, pero la peste de los corazones.


CAPÍTULO XIX
DE LA VERDADERA AMISTAD



¡ Oh, Filotea!, ama a todo el mundo con amor de caridad, pero no tengas amistad sino con aquellos que pueden comunicar contigo cosas virtuosas; y cuanto más exquisitas sean las virtudes, más perfecta será la amistad. Si la comunicación tiene por objeto las ciencias, tu amistad es, ciertamente, muy loable; y lo es todavía más, si la comunicación se refiere a las virtudes de la prudencia, discreción, fortaleza y justicia. Pero, si vuestra mutua y recíproca comunicación es acerca de la caridad, de la devoción, de la perfección cristiana, ¡oh Dios mío!, qué preciosa será esta amistad. Será excelente, porque vendrá de Dios; excelente, porque tenderá a Dios; excelente, porque durará eternamente en Dios. ¡Qué bueno es amar en la tierra como se ama en el cielo y aprender a amarse los unos a los otros, en este mundo, de la misma manera que nos amaremos eternamente en el otro!

No hablo ahora del simple amor de caridad, porque esta virtud hemos de tenerla con respecto a todos los hombres; sino que hablo de la amistad espiritual, por la que dos, o tres o más almas se comunican su devoción, sus afectos espirituales, y forman como un solo espíritu. Con cuánta razón pueden cantar estas bienaventuradas almas: « i Oh, cuán bueno y agradable es el que los hermanos vivan unidos!» Sí, porque el bálsamo delicioso de la devoción destila de un corazón a otro por una continua participación, de suerte que se puede afirmar que Dios hace mover-sobre esta amistad su bendición y la vida por los siglos de los siglos.

Me parece que todas las demás amistades no son sino sombras, en comparación de aquélla, y que sus lazos no son más que cadenas de vidrio, en comparación con este gran vínculo de la santa devoción, todo él de oro.

No quieras trabar otra clase de amistades, se entiende de las amistades buscadas por ti; porque claro está que no se pueden dejar ni despreciar las amistades que la naturaleza y los deberes preexistentes nos obligan a cultivar: con los padres, los parientes, los bienhechores, los vecinos y otros; hablo de las que tú misma escoges.

Quizás muchos te dirán que no hay que tener ninguna clase de particular afecto y amistad, porque esto ocupa el corazón, distrae el espíritu y engendra envidias; pero se equivocan en sus consejos. Por haber leído en los escritos de muchos santos y en devotos autores, que las amistades particulares y los afectos extraordinarios son infinitamente perjudiciales a los religiosos, creen que lo mismo se ha de entender con respecto a todo el mundo; pero, acerca de esto, hay mucho que decir. Porque, considerando que, en un monasterio bien ordenado, el fin común a todos es encaminarse a la verdadera devoción, será fácil de entender que no son necesarias estas particulares comunicaciones, por temor de que, al buscar en particular lo que es común, no se pase de las particularidades a las parcialidades; pero, en lo que atañe a los que viven entre los mundanos y abrazan la verdadera virtud, necesitan unirse unos con otros con una santa y sagrada amistad, ya que, merced a ésta, se alientan, ayudan y estimulan mutuamente a obrar bien. 

Y, así como los que andan por la llanura no necesitan darse la mano, pero los que andan por caminos escabrosos y resbaladizos se cogen los unos a los otros, para caminar con más seguridad; de la misma manera, los que viven en las comunidades religiosas no tienen necesidad de amistades particulares, pero los que están en el mundo necesitan de ellas para apoyarse y socorrerse los unos a los otros, en medio de los parajes difíciles que han de atravesar. En el mundo, no todos conspiran al mismo fin, ni todos tienen el mismo espíritu; se impone, pues, la separación y la amistad, según las aspiraciones de cada uno; y esta separación crea, ciertamente, una parcialidad, pero una parcialidad santa, que no produce otra división que la del bien y el mal, la de los corderos y los cabritos, la de las abejas y los moscardones, separaciones de todo punto necesarias.,

A la verdad, no me atrevería a negar que Nuestro Señor amó con más particular y más dulce amistad a San Juan, a Lázaro, a Marta y a Magdalena, pues la Escritura da testimonio de ello. Sabemos que San Pedro amó tiernamente a San Marcos y a Santa Petronila; como San Pablo, a Timoteo y a Santa Tecla. San Gregorio Nacianceno se gloria cien veces de la amistad incomparable que profesó al gran San Basilio, y la describe de esta manera: «Parecía que en nosotros no había más que una sola alma en dos cuerpos». Y, aunque no hemos de creer a los que afirman que todas las cosas están en todas las cosas, hemos de creer, empero, que nosotros éramos dos en cada uno de nosotros, el uno en el otro; los dos teníamos una sola aspiración: cultivar la virtud y ajustar los designios de nuestra vida a las esperanzas venideras, saliendo así de esta tierra mortal antes de morir en ella. San Agustín atestigua que San Ambrosio amaba a Santa Mónica únicamente por las virtudes que veía en ella, y que ella, recíprocamente, le amaba como a un ángel de Dios.

Pero me equivoco al entretenerte en una cosa tan clara. San Jerónimo, San Agustín, San Gregorio, San Bernardo y todos los más grandes siervos de Dios, han tenido amistades muy particulares, sin menoscabo de su perfección. San Pablo, al censurar los vicios de los gentiles, les acusa de que son personas sin afecto; es decir, que no tienen ninguna amistad. Y Santo Tomás, como todos los buenos filósofos, afirma que la amistad es una virtud: y nótese que habla de la amistad particular, pues, como él mismo dice, la verdadera amistad no puede extenderse a muchas personas. Luego la perfección no consiste en no tener amistades, sino en tenerlas únicamente buenas, santas y sagradas.


CAPÍTULO XX
DE LA DIFERENCI A ENTRE AMISTADES FALSAS Y LA AMISTAD VERDADERA



He aquí, pues, la gran advertencia, Filotea. La miel de Heraelea, que es tan venenosa, es parecida a la otra ´ que es tan saludable: es un gran peligro tomar la una por la otra, o tomarlas mezcladas, porque la bondad de la una no impide el daño de la otra. Es menester andar muy alerta para no ser engañado por estas amistades, tanto más cuando se entablan entre personas de diferente sexo, sea cual fuere el pretexto, pues Satanás engaña, con frecuencia, a los que aman. Se comienza por el amor virtuoso, pero, si no se es muy discreto, pronto se mezclará el amor frívolo, después el amor sensual, después el amor carnal. Si no se anda con mucho cuidado, también hay peligro en el amor espiritual, aunque en éste, es más difícil ser engañado, porque su pureza y blancura ponen más de manifiesto las fealdades que Satanás quiere mezclar; por esta causa, cuando lo intenta, lo hace con más disimulo, y procura introducir las impurezas casi insensiblemente.

La amistad mundana se distingue de la santa y virtuosa, como la miel de Heraclea se distingue de la otra; la miel de Heraclea es más dulce al paladar que la miel ordinaria, a causa del acónito, que le da un exceso de dulzura, y la amistad mundana suele producir una serie de palabras almibaradas, una sarta de frases apasionadas y de alabanzas inspiradas en la belleza, en la gracia y en las dotes sensuales; en cambio, la amistad sagrada usa de un lenguaje sencillo y franco, sólo alaba la virtud y la gracia de Dios, único fundamento sobre el cual estriba. La miel de Heraclea, una vez engullida, produce vértigos, y la falsa amistad provoca trastornos en el espíritu, que hacen titubear a la persona en la castidad y devoción, induciéndola a miradas afectadas, halagadoras e inmoderadas, a caricias sensuales, a suspiros desordenados, a ligeras quejas de no sentirse amada, a suaves, pero rebuscadas y cautivadoras exterioridades, a la galantería, a los besos y a otras familiaridades e intimidades indecorosas, presagios ciertos e indudables de una próxima ruina de la honestidad; al contrario, la amistad santa tiene los ojos simples y castos, sus caricias son puras y francas, sólo suspira por el cielo, sus intimidades son para el espíritu, únicamente se queja cuando Dios no es amado, señales infalibles de la honestidad. 

La miel de Heraclea perturba la vista, y esta amistad mundana perturba el juicio hasta el extremo de que los que están tocados de ella creen que obran bien cuando obran mal, y tienen por razones sólidas sus excusas, sus pretextos y sus palabras; temen la luz y aman las tinieblas; pero la amistad santa tiene los ojos claros y no se esconde, sino que gusta de aparecer ante las personas de bien. Finalmente, la miel de Heraclea llena la boca de amargura; de la misma manera, las falsas amistades se convierten y acaban en palabras y en demandas carnales y malolientes, y, si no son aceptadas, en injurias, calumnias, imposturas, tristezas, confusiones y celos, que degeneran, muchas veces, en embrutecimiento y locura; pero la amistad casta siempre es honesta, cortés y amable por igual, y nunca se muda, si no es en una más perfecta y pura unión de espíritu, imagen de la amistad bienaventurada que se vive en los cielos.

Dice San Gregorio Nacianceno que el pavo real, cuando chilla y abre la rueda con las plumas extendidas, excita mucho la lubricidad de las parejas que le oyen. Cuando un hombre comienza a pavonearse, a engalanarse, a halagar, a silbar y a murmurar a los oídos de una mujer, sin miras al santo matrimonio, ¡oh! indudablemente no pretende otra cosa más que provocarla a alguna acción impúdica; y la mujer, si es honrada, tapará sus orejas, para no oír el grito de este pavo real ni la voz del fascinador que quiere encantarla; porque, si le escucha, ¡oh Dios mío, qué mal augurio de la futura pérdida del corazón!

El joven que hace ademanes, gestos y caricias, o bien dice palabras en las cuales no quisiera ser sorprendido por su padre, madre, esposa o confesor, da, con ello, pruebas de que se trata de otra cosa que del honor y de la conciencia. La Santísima Virgen se turbó al ver un ángel en forma humana, porque estaba sola y le tributaba muy grandes elogios, aunque celestiales. ¡Oh Salvador del mundo!, la pureza teme a un ángel en figura humana, y ¿por qué, pues, la impureza no temerá a un hombre, aunque sea en figura de ángel, cuando le dirige alabanzas sensuales y humanas?