"Un sacerdote santo, lleva a su comunidad a la santidad. Un sacerdote indiferente, lleva a la sociedad a la indiferencia. Un sacerdote equivocado, lleva a que la sociedad a tomar caminos equivocados" (Anónimo)
La vocación sacerdotal es un don maravilloso, un regalo de amor de Dios, Dios quien los llamó porque se enamoró de cada uno de ellos, desde la eternidad. Este amor inmerecido por parte del hombre es un compromiso que tienen con el Señor para que sean más santos, más fieles y mejores apóstoles de Cristo. Dispuestos a llevar la palabra del Señor a todos las personas.
Abrir el corazón y dejarse amar conducirse al Señor, es la única respuesta posible del sacerdote. El compromiso de estos nuevos sacerdotes para hacerse más santos, es decir hacer lo que le agrada a Dios, a no disfrutar sino a hacer su voluntad en todo momento. Qué hermosa vocación, qué hermoso compromiso de respuesta de cada uno de ellos.
Perseverar para siempre. Construir su santificación, día a día, momento a momento, sobre la roca firme de darse a los demás, amando al prójimo, preocuparse por los problemas del otro, enseñando el camino, la verdad y la vida, testimoniando a Cristo en todo momento, ante cualquier adversidad.
La sociedad está urgida de fe, fe en Dios, no puede vivir de fe en las cosas materiales, en el espíritu del tiempo, por eso mismo se espera mucho más de los sacerdotes: de su testimonio de vida, teniendo una fe sencilla, trasmitir en todo momento la fe en Cristo, que puedan enseñarnos cómo, ante la diversa problemática que tenemos en la vida diaria, seguir el camino adecuado para que a la sociedad nos acerquen cada día a Cristo.
El centro de la vida en el sacerdote es el amor, el verdadero amor está en la entrega, en la capacidad de darse a otros, mucho más que en el gusto de saberse querido y recibir de otro una correspondencia afectiva o monetaria. Este amor que nace de Cristo y se para irradiarse al prójimo, transimitir su amor en todo momeneto, para que la sociedad crezca en el amor a Dios y en el amor al prójimo.
A pesar del sudor y la fatiga, que es natural en la tarea del sacerdote, diariamente participan en el amor a la obra que Cristo ha venido a realizar. La obra de salvación se siembra con el sufrimiento, con la oración diaria, con el trabajo arduo, en el amor y unidos a la cruz de Cristo, para colaborar con la redención de la humanidad. El verdadero sacerdote se muestra llevando la cruz de cada día, unido a Jesucristo.
Por el amor a Cristo, estos sacerdotes han renunciado a una vida que muchos podríamos considerar más libre, más llena, por el amor carnal, por tener una familia, por asistir a fiestas y estar llenos de cosas materiales. Sin embargo, el amor que ellos tienen a Dios es tan grande, que han renunciado a muchas cosas significativas para el mundo, de una gran riqueza interior, donde Cristo los recompensará a cada uno como dice el Nuevo Testamento “el ciento por uno”, por vivir una vocación maravillosa. En esta vocación ellos son otro Cristo.
Fuente: Novedades de Quintana Roo, Cancún (México), 3 de agosto de 2006