¿Cómo podemos ser libres del egoismo?

Autor: Bernard Lopez Davis
Obrero fiel




I. Introducción

A. El egoísmo es la esencia del mal y es la mayor expresión de rebeldía contra Dios. Es una idea (mentira) que nos hace creer que tenemos derecho a hacer lo que se nos ocurra, aunque le causemos daños a otras personas o a nosotros mismos. El egoísmo es ese sentido de: “Tengo derecho a…”; o “me lo merezco”. Dios nos advierte acerca de nuestro egoísmo: (Exodo 20: 17).

1) Cuando usted y yo somos controlados por el egoísmo, aparecen en la pantalla de nuestra mente los siguientes pensamientos: “Yo merezco el rolex (reloj) de Mario”; “yo merezco la mujer que tiene mi vecino”; “yo puedo insultar a todo el mundo”; “yo merezco ser reconocido como los demás”; “yo puedo levantar falsos testimonios para desprestigiar a otros”; “yo debo controlar y poseer todo”. “Dios debe funcionar como yo quiera”.

2) “Yo puedo interpretar la Biblia a mi manera”; “yo puedo vivir la vida cristiana como a mí me dé la gana”;”yo puedo maltratar a mi esposa y a mis hijos”; “yo merezco ser el pastor o anciano de la congregación”; “yo merezco ese ministerio o liderazgo cristiano”; “total soy más espiritual que todos”; “yo merezco que me tomen en cuenta, así como él lo hace con Bernard”; “yo no perdono el adulterio de mi esposa; necesito que pague por su pecado”.

B. ¿Donde y cómo comenzó el egoísmo?

El egoísmo fue el primer pecado; sucedió en el cielo, y luego comenzó en la tierra, (Isaías 14:12-14); “Como caísteis del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana. Cortado fuisteis por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré y seré semejante al Altisimo”.

1) Satanás sembró egoísmo en la mujer y el hombre.

(Génesis 3: 1-7) “Pero la serpiente era astuta; más que todos los animales del campo que Jehová había hecho; la cual dijo a la mujer: “¿Con que Dios os ha dicho: No comáis de todo árbol del huerto?” Y la mujer respondió a la serpiente: “Del fruto de los arboles del huerto podemos comer; pero del fruto del árbol que está en el medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni tocareis, para que no muráis”.

Entonces, la serpiente dijo a la mujer: (La mentira): No moriréis, sino que Dios sabe que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. Y vio la mujer que el árbol era bueno para come r, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; dio también a su marido, el cual comió así como ella. Entonces, fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales”.

2) El egoísmo siempre tiene su base en la mentira, por lo tanto, cuando actuamos egoístamente, estamos siendo influenciados por el padre de la mentira (Juan 8: 44).

C. ¿Por qué es importante protegernos de nuestro egoísmo y el de otros?

Es muy importante que reconozcamos cuando actuamos egoístamente, pues podemos convertirnos en víctimas o victimarios. En otras palabras, podemos dañar a personas; el medio ambiente; y a nosotros mismos.

El egoísmo no conoce límites, pues existe la idea de primero nosotros y luego los demás, sin importar lo que otros piensen o digan.
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II. ¿Existen diferentes niveles de egoísmo?

A. La Biblia no nos describe en forma clara nuestros niveles de egoísmo, pero sí registra personajes bíblicos que pasaron de un egoísmo moderado a uno agudo; y luego a un egoísmo severo. La historia del Rey David nos ilustra claramente estos tres niveles de egoísmo, de los cuales usted y yo podemos o podríamos ser víctima en cualquier momento, si no maduramos como cristianos.

1) Egoísmo moderado: Este tipo de persona puede ser agradable, y quizás tenga intención de ayudar a los más necesitados. En su función como padre le exige al hijo que estudie o que tenga un buen comportamiento, pero no por el bienestar del niño, sino para que él quede bien ante los demás: “que buen padre soy”.

En algunos casos, estamos sirviendo en algún ministerio, pero nuestro motivo principal no es para que Dios sea glorificado, sino que queremos escuchar comentarios o reconocimientos de este tipo: “Qué fiel es el hermano Alberto” o “el Hno. Regino predica muy bien” etc.

2) Egoísta aguda: Las personas con este tipo de egoísmo dañan con intención, y sienten culpa o remordimiento, pero no hacen nada para cambiar su carácter. Son este tipo de individuos que disfrutan cuando controlan al esposo y a los que están a su alrededor (los jefes en los trabajos); se involucran en aventuras sexuales; son infieles a sus parejas; culpan siempre a los demás por sus errores; cuando juegan, hacen trampa, pues siempre quieren ganar, inclusive al sistema. Por otra parte, cuando son contratados para realizar algún trabajo quieren cobrar el precio justo, aunque hayan hecho mal sus labores. En una conversación siempre quieren tener la razón, aunque no conozcan del tema que se está discutiendo, pues les cuesta mucho aceptar que alguien tiene razón o una opinión diferente.

Además, son indiferentes con su esposa e hijos; cuando conducen un automóvil lo hacen en forma muy irresponsable; son deshonestos en sus tratos comerciales; maltratan física, emocional e espiritualmente a su familia.

Asimismo, les gusta humillar al prójimo, y golpean con sus palabras (El maestro de escuela que humilla al alumno, y le gusta que lo adulen); piden dinero o cosas prestadas con la intención de no devolver nada. Allí están los racistas que creen que por tener una nacionalidad o un color de piel diferente a otros son superiores.

Este tipo de egoístas los encontrará en altos cargos públicos; pero también pueden llegar a ser pastores; ancianos; líderes religiosos o predicadores que se aprovechan de la fe de la gente para lograr sus propósitos personales. Este tipo de persona es muy difícil de discipular, pues todo lo sabe. Este tipo de líder es depredador del alma.

Ellos hablan de sus largos días de ayuno; de su formación teológica y de sus grandes conocimientos bíblicos; de las revelaciones que ellos solos pueden recibir de Dios; de sus tiempos de oración para impresionarlo a usted. Estas personas se mantienen en competencia espiritual con otros creyentes. Además, son sectarios, pues establecen normas y legalismos en las iglesias como si fueran mandamientos de Dios.

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3) Egoísmo severo: Estas personas dañan con intención, y no sienten culpa, (sociópatas).No tienen conciencia, pues para ellos lo bueno es igual que lo malo y viceversa. La Biblia registra personajes con este nivel de egoísmo. (Herodes el grande mandó a matar a miles de bebes inocentes por miedo del rey que habría de nacer (Jesús). Este mismo Herodes fue el que ordenó decapitar a Juan el Bautista, porque le agradó la forma de bailar de una jovencita.)

Usted puede encontrar registros bíblicos de personajes con un egoísmo severo (1 de Reyes 21: 1-24). Es la historia de un rey (Acab) que ostentaba todo el poder de Israel y se antojó de una viña de un súbdito (Nabot), y este rey, como no pudo comprarla, permitió que asesinaran a un hombre inocente para robarle su heredad.

Sin embargo, en los siglos: XX y XXI usted puede ver como este nivel de egoísmo severo va en aumento cada día. He aquí algunos ejemplos muy obvios de dictadores en Norteamérica, Suramérica; Centroamérica y otras partes del mundo; por ejemplo: Adolfo Hitler, ex gobernante de la Alemania nazi, quien mandó a matar a más de seis millones de personas, solo por el hecho de ser judíos.

Saddam Hussein, ex presidente de Irak: En una oportunidad una mujer le hizo un reclamo y él tomó el cigarro que estaba fumando; y lo apagó dentro de la cornea del ojo de esta mujer. Sin embargo, estos no son casos aislados, pues hoy usted puede ver como el tráfico de drogas va aumentado.

Además, cada día hay más gente que asesina por encargo; viola, roba o miente con facilidad como hacen algunos políticos, pues en tiempos de elecciones ofrecen “villas y castillos”; pues han perdido toda sensibilidad, como lo dice la Biblia:

“Sus consciencias han sido cauterizadas”. Bien, dijo el apóstol Pablo a su discípulo Timoteo: ”Que en los últimos tiempos la maldad de los hombres aumentaría.”

Ahora, voy a hacer una pregunta “académica”: ¿Hay egoístas de este tipo en las congregaciones cristianas? La respuesta es: Sí, y el porcentaje es alarmante.

En mi trabajo de consejería bíblica lo observo mucho. En una oportunidad estuve aconsejando a un líder (pastor), por haber abusado a unos adolescentes, y unas de sus respuestas fue: “Ellos fueron los culpables, pues me incitaron a hacerlo”. (Si este es tu caso, necesitas ayuda del cielo.)

Las costumbres familiares son muy difíciles de cambiar y aquellos que fueron maltratados o abusados, aunque sean cristianos; sino buscan ayuda en el cuerpo de Cristo, no madurarán espiritualmente, pues repetirán las experiencias que vivieron dentro de su familia. Por eso Moisés dijo: “La maldad de los padres se repite de tres a cuatro generaciones”.

Usted y yo podríamos pasar de un egoísmo moderado a un egoísmo severo, pues es la forma cómo funciona el individualismo, por lo tanto, es indispensable que usted y yo identifiquemos cuando estamos pasando los limites saludables o cuando estamos dañando a los demás.

Ejercicio: Identifique (en grupo de dos) en la Biblia, 2 de Samuel, capitulo 11 los tres niveles de egoísmo que hemos descrito en estas notas y las consecuencias que esto produjo en el capítulo 12 en 2 de Samuel.

Escriba, una breve reflexión y describa en qué áreas de su vida usted está actuando egoístamente, y ¿por qué? Es muy importante que usted sea honesto con usted mismo, rompa con el temor, pues es difícil cambiar lo que no reconocemos.

III. Efectos o consecuencias del egoísmo

A. Cuando somos controlados por el egoísmo; no solo le causamos daño a otro, sino que nosotros nos convertimos en víctimas de nuestro propio egoísmo, pues: “Todo lo que el hombre siembra eso cosecha”, Dios nos muestra las consecuencias que sufrimos por nuestro egoísmo.

1) Por ejemplo: Una muchacha que vive con sus padres. Ella está estudiando y decide involucrarse con un hombre que no le conviene. Sus padres le advierten que no es el momento de elegir pareja, pues aun no ha culminado sus estudios, y además esta persona no es cristiana, pero aun así ella decide abandonar su hogar; tiene relaciones sexuales sin casarse, tiene que dejar de estudiar ya que ahora tiene un hijo que cuidar y sostener; pero al corto tiempo tiene que reconocer que sus padres tenían razón.

2) Además, este hombre es un maltratador; no provee para sus necesidades. Al poco tiempo este hombre abandona la muchacha, y entonces queda sola, y su hijo sufrirá las consecuencias de no tener un padre responsable.

Este ejemplo, nos muestra cómo nos convertimos en victimas de nuestro propio egoísmo, y cómo otros se ven afectados por nuestras decisiones egoístas; claro que la muchacha pensó: “Tengo derecho a tomar mis propias decisiones, y no importa lo que mis padres piensen”.

3) La Biblia nos muestra cual será nuestro estado espiritual a causa del egoísmo.

(Romanos 1: 18-32) “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó”.

“Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa.

“Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles.

“Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.

“Por eso Dios los entrego a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra la naturaleza, y de igual modo los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida al extravió. Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades;

“murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia; quienes practican tales cosas son dignos de muerte, no solo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican”.

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VI. ¿Cómo identificar a alguien controlado por el egoísmo?

A. Usted podrá identificar a una persona egoísta por lo que dice, hace y piensa. Es muy importante, que usted aprenda identificar su egoísmo y el de otros, pues evitaremos causar daños a otros y a nosotros. Es posible identificar a una persona egoísta por las siguientes señales:

1) No perdonan, pues su orgullo los convierte en personas muy rencorosas y vengativas, pues siempre están restregándose en su mente, lo que un día alguien les hizo.

2) Disfrutan de arruinar la reputación de otras personas, especialmente, cuando sienten celos o envidia.

3) Controlan las conversaciones, no pueden decir: “está bien, tienes razón”.

4) Siempre le echan la culpa de sus errores a otros, además son muy manipuladores.

5) Golpean a su esposa verbal o físicamente.

6) Desafían a las autoridades gubernamentales o a las que Dios ha establecido en la iglesia.

7) No les gusta trabajar, generalmente son muy flojos.

8) No son generosos, y les incomoda mucho cuando otros reciben buen trato.

9) Usted puede reconocerlos por lo que dicen, pues son muy hipócritas, y mienten aun cuando es conveniente decir la verdad.

10) Son muy iracundos, y vomitan su ira siempre con los más débiles.

11) Generalmente, muestran doble personalidad, pues en su casa se comportan en forma muy destructiva, pero fuera son muy encantadores.

12) No aceptan que algún cristiano les enseñe, pues creen saberlo todo.

13) Son muy irresponsables con su sexualidad. Estas personas violarán si fuera necesario.

14) Generalmente son adictos a sustancias o a hábitos destructivos como las loterías, pornografías etc.

15) Tienen mucho temor a ser desplazados por otros; les falta misericordia; no han entendido la gracia de Dios; tienen mucho vacío espiritual y tratan de llenarlo con actividades religiosas.

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B. Pregunto: ¿Hay pocas personas o creyentes como los he descrito?

Ahora bien, si usted se has visto descrito aquí, y no siente culpa, ha asesinado su propia consciencia, pero si siente culpa, es necesario que exponga su corazón a los hombres y mujeres de Dios para que sea sanado.

Por otra parte, es importante, que si usted está siendo víctima de personas con estas características, levántese, confronte y no lo siga permitiendo. Quizás tenga que denunciar ante las autoridades gubernamentales a estas personas o ante las autoridades de la iglesia. Recuerde, Dios no quiere que sea maltratada o abusada.

V. ¿Cómo tratar con nuestro egoísmo?

A. Es obvio que el humanismo ha descubierto que hay egoísmo en nosotros, y han hecho planteamientos o han dado alternativas para reducirlo o erradicarlo, pero si la base del egoísmo o el problema es el pecado, el intelecto del hombre no tiene respuesta, pues Jesucristo es la única medicina para el pecado.

1) La Biblia tiene las herramientas o principios para tratar con nuestro egoísmo, y la herramienta principal es el amor, pero tendremos que ejercitar la Palabra de Dios para desarrollar ese carácter, pues cuando practicamos sus principios lo conocemos a él, por tal motivo: “el que ha conocido a Dios ha conocido el amor” (explicar que significa la palabra amor en latín antiguo).

Por otra parte, una de las razones que mucha gente no cree en el evangelio o no acude a las iglesias evangélicas es porque no sienten que allí se brinda amor cristiano, lo cual obstaculiza el crecimiento espiritual de las congregaciones.

(I Corintios 13: 1-11)

“Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve”.

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(Herramientas para el egoísmo)

”El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece, no hace nada indebido, no busca, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

El amor nunca deja de ser; pero las profecías se acabarán y cesarán las lenguas, y la ciencia se acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; más cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.

Cuando yo era niño, hablaba como niño; pensaba como niño; jugaba como niño; mas cuando ya fui hombre, deje lo que rea de niño (Nota: así como el niño cronológico es muy egoísta, también lo es el niño espiritual).

2) Este pasaje nos describe el carácter de un cristiano, por lo tanto, es mi oración que Dios trate profundamente con nuestro egoísmo para ser de bendición en esta tierra. La invitación es que dejemos de ser egocéntricos y seamos Cristo céntricos. Hermanos es una necesidad que renunciemos al egoísmo.

Filipenses 2. 6-8: ”el cual siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”.

Nota: Seminarios, Talleres y Conferencias

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Autor: Bernard Lopez Davis


La envidia, pecado mortal




2538 El décimo mandamiento exige que se destierre del corazón humano la envidia. Cuando el profeta Natán quiso estimular el arrepentimiento del rey David, le contó la historia del pobre que sólo poseía una oveja, a la que trataba como una hija, y del rico que, a pesar de sus numerosos rebaños, envidiaba al primero y acabó por robarle la oveja (cf 2 S 12, 1-4). La envidia puede conducir a las peores fechorías (cf Gn 4, 3-7; 1 R 21, 1-29). La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo (cf Sb 2, 24).
«Luchamos entre nosotros, y es la envidia la que nos arma unos contra otros [...] Si todos se afanan así por perturbar el Cuerpo de Cristo, ¿a dónde llegaremos? [...] Estamos debilitando el Cuerpo de Cristo [...] Nos declaramos miembros de un mismo organismo y nos devoramos como lo harían las fieras» (San Juan Crisóstomo, In epistulam II ad Corinthios, homilía 27, 3-4).
2539 La envidia es un pecado capital. Manifiesta la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea en forma indebida. Cuando desea al prójimo un mal grave es un pecado mortal:
San Agustín veía en la envidia el “pecado diabólico por excelencia” (De disciplina christiana, 7, 7).
“De la envidia nacen el odio, la maledicencia, la calumnia, la alegría causada por el mal del prójimo y la tristeza causada por su prosperidad” (San Gregorio Magno, Moralia in Job, 31, 45).
2540 La envidia representa una de las formas de la tristeza y, por tanto, un rechazo de la caridad; el bautizado debe luchar contra ella mediante la benevolencia. La envidia procede con frecuencia del orgullo; el bautizado ha de esforzarse por vivir en la humildad:
«¿Querríais ver a Dios glorificado por vosotros? Pues bien, alegraos del progreso de vuestro hermano y con ello Dios será glorificado por vosotros. Dios será alabado —se dirá— porque su siervo ha sabido vencer la envidia poniendo su alegría en los méritos de otros» (San Juan Crisóstomo, In epistulam ad Romanos, homilía 7, 5). 
II. Los deseos del Espíritu
2541 La economía de la Ley y de la Gracia aparta el corazón de los hombres de la codicia y de la envidia: lo inicia en el deseo del Supremo Bien; lo instruye en los deseos del Espíritu Santo, que sacia el corazón del hombre.
El Dios de las promesas puso desde el comienzo al hombre en guardia contra la seducción de lo que, desde entonces, aparece como “bueno [...] para comer, apetecible a la vista y excelente [...] para lograr sabiduría” (Gn 3, 6).
2542 La Ley confiada a Israel nunca fue suficiente para justificar a los que le estaban sometidos; incluso vino a ser instrumento de la “concupiscencia” (cf Rm 7, 7). La inadecuación entre el querer y el hacer (cf Rm 7, 10) manifiesta el conflicto entre la “ley de Dios”, que es la “ley de la razón”, y la otra ley que “me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros” (Rm 7, 23).
2543 “Pero ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen” (Rm 3, 21-22). Por eso, los fieles de Cristo “han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias” (Ga 5, 24); “son guiados por el Espíritu” (Rm 8, 14) y siguen los deseos del Espíritu (cf Rm 8, 27).

III. La pobreza de corazón
2544 Jesús exhorta a sus discípulos a preferirle a Él respecto a todo y a todos y les propone “renunciar a todos sus bienes” (Lc 14, 33) por Él y por el Evangelio (cf Mc 8, 35). Poco antes de su pasión les mostró como ejemplo la pobre viuda de Jerusalén que, de su indigencia, dio todo lo que tenía para vivir (cf Lc 21, 4). El precepto del desprendimiento de las riquezas es obligatorio para entrar en el Reino de los cielos.
2545 “Todos los cristianos han de intentar orientar rectamente sus deseos para que el uso de las cosas de este mundo y el apego a las riquezas no les impidan, en contra del espíritu de pobreza evangélica, buscar el amor perfecto” (LG 42).
2546 “Bienaventurados los pobres en el espíritu” (Mt 5, 3). Las bienaventuranzas revelan un orden de felicidad y de gracia, de belleza y de paz. Jesús celebra la alegría de los pobres, a quienes pertenece ya el Reino (Lc 6, 20)
«El Verbo llama “pobreza en el Espíritu” a la humildad voluntaria de un espíritu humano y su renuncia; el apóstol nos da como ejemplo la pobreza de Dios cuando dice: “Se hizo pobre por nosotros” (2 Co 8, 9)» (San Gregorio de Nisa, De beatitudinibus, oratio 1).
2547 El Señor se lamenta de los ricos porque encuentran su consuelo en la abundancia de bienes (cf Lc 6, 24). “El orgulloso busca el poder terreno, mientras el pobre en espíritu busca el Reino de los cielos” (San Agustín, De sermone Domini in monte, 1, 1, 3). El abandono en la providencia del Padre del cielo libera de la inquietud por el mañana (cf Mt 6, 25-34). La confianza en Dios dispone a la bienaventuranza de los pobres: ellos verán a Dios.

IV. “Quiero ver a Dios”
2548 El deseo de la felicidad verdadera aparta al hombre del apego desordenado a los bienes de este mundo, y tendrá su plenitud en la visión y la bienaventuranza de Dios. “La promesa [de ver a Dios] supera toda felicidad [...] En la Escritura, ver es poseer [...]. El que ve a Dios obtiene todos los bienes que se pueden concebir” (San Gregorio de Nisa, De beatitudinibus, oratio 6).
2549 Corresponde, por tanto, al pueblo santo luchar, con la gracia de lo alto, para obtener los bienes que Dios promete. Para poseer y contemplar a Dios, los fieles cristianos mortifican sus concupiscencias y, con la ayuda de Dios, vencen las seducciones del placer y del poder.
2550 En este camino hacia la perfección, el Espíritu y la Esposa llaman a quien les escucha (cf Ap 22, 17) a la comunión perfecta con Dios:
«Allí se dará la gloria verdadera; nadie será alabado allí por error o por adulación; los verdaderos honores no serán ni negados a quienes los merecen ni concedidos a los indignos; por otra parte, allí nadie indigno pretenderá honores, pues allí sólo serán admitidos los dignos. Allí reinará la verdadera paz, donde nadie experimentará oposición ni de sí mismo ni de otros. La recompensa de la virtud será Dios mismo, que ha dado la virtud y se prometió a ella como la recompensa mejor y más grande que puede existir [...]: “Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo” (Lv 26, 12) [...] Este es también el sentido de las palabras del apóstol: “para que Dios sea todo en todos” (1 Co 15, 28). El será el fin de nuestros deseos, a quien contemplaremos sin fin, amaremos sin saciedad, alabaremos sin cansancio. Y este don, este amor, esta ocupación serán ciertamente, como la vida eterna, comunes a todos» (San Agustín, De civitate Dei, 22,30).
2551 "Donde [...] está tu tesoro allí estará tu corazón" (Mt 6,21).
2552 El décimo mandamiento prohíbe el deseo desordenado, nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y del poder.
2553 La envidia es la tristeza experimentada ante el bien del prójimo y el deseo desordenado de apropiárselo. Es un pecado capital.
2554 El bautizado combate la envidia mediante la caridad, la humildad y el abandono en la providencia de Dios.
2555 Los fieles cristianos "han crucificado la carne con sus pasiones y sus concupiscencias" (Ga 5,24); son guiados por el Espíritu y siguen sus deseos.
2556 El desprendimiento de las riquezas es necesario para entrar en el Reino de los cielos. "Bienaventurados los pobres de corazón" (Mt 5, 3).
2557 El hombre que anhela dice: "Quiero ver a Dios". La sed de Dios es saciada por el agua de la vida (cf Jn 4,14).




La envidia

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Por: Santo Tomás de Aquino | Fuente: http://www.almudi.org/Recursospredicacion/STh.zip/c/c36.asp

Corresponde a continuación tratar el tema de la envidia. Sobre ella se formulan cuatro preguntas:

1._¿Qué es la envidia?
2._¿Es pecado?
3._¿Es pecado mortal?
4._Si es pecado capital, y sobre sus hijas.


ARTíCULO 1

¿Es tristeza la envidia?
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Objeciones por las que parece que la envidia no es tristeza:

1. La tristeza tiene por objeto el mal; la envidia, en cambio, el bien. Así 10 afirma San Gregorio en V Moral. hablando del envidioso: Sacia su alma recomida con la pena, atormentada por la felicidad ajena. La envidia, pues, no es tristeza.

2. La semejanza no es causa de tristeza, sino, más bien, de alegría; es, en cambio, causa de envidia, ya que, según el Filósofo en II Rhet. : Envidiarán a quienes son sus semejantes en el linaje, en el parentesco, en la estatura, en el vestido, en la reputación. Luego la envidia no es tristeza.

3. La tristeza proviene de algún defecto, y por eso los más propensos a la tristeza son quienes padecen algún gran defecto, como ha quedado expuesto al tratar de las pasiones (1-2 q.47 a.3). Ahora bien, son envidiosos los faltos de algo, los ansiosos de honores y los que se consideran sabios, según el Filósofo en 11Rhet. En consecuencia, la envidia no es tristeza.

4. La tristeza se opone al placer. Ahora bien, una misma causa no puede tener efectos contrarios. Por tanto, dado que el recuerdo de los bienes poseídos es causa de alegría, según hemos expuesto (1-2 q.32 a.3), no puede serlo de tristeza, ya que, según el Filósofo en II Rhet., algunos envidian a quienes poseen o han poseído lo que a ellos mismos les venía bien o lo que también alguna vez habían poseído. Luego la envidia no es tristeza.

Contra esto: está el testimonio del Damasceno en el libro II, que considera la envidia como una especie de tristeza, afirmando que la envidia es tristeza del bien ajeno.

Respondo: El objeto de la tristeza es el mal personal. Pero sucede que el bien ajeno se considera como mal propio, y en este sentido puede haber tristeza del bien ajeno. Esto ocurre de dos maneras. La primera, cuando alguien se entristece del bien ajeno que le pone en peligro de sufrir algún daño; es el caso de quien se entristece por el encumbramiento de su enemigo, porque teme que le perjudique. Este tipo de tristeza no es envidia, sino más bien efecto del temor, como dice el Filósofo en II Rhet. Segunda: el bien de otro se considera como mal personal porque aminora la propia gloria o excelencia. De esta manera siente la envidia tristeza del bien ajeno, y por eso principalmente envidian los hombres aquellos bienes que reportan gloria y con los que los hombres desean ser honrados y tener fama, como enseña el Filósofo en II Rhet.

A las objeciones:

1. No hay inconveniente en que lo que es bueno para uno sea considerado malo para otro. Bajo este aspecto puede darse tristeza sobre el bien, como hemos expuesto.

2. Dado que la envidia nos viene de la gloria de otro, porque aminora la que cada uno para sí desea, se sigue de ello que solamente se tenga envidia de aquellos con los que el hombre quiere o igualarse o aventajarles en su gloria. Esto no se plantea respecto de quienes están a mucha distancia de uno. Nadie, en efecto, si no es un demente, pretende igualarse ni aventajar en gloria a quienes son muy superiores a él; por ejemplo, el plebeyo respecto del rey ni el rey respecto del plebeyo, a quien tanto sobrepuja. De ahí que el hombre no tenga envidia de quienes están muy distantes de él por el lugar, el tiempo o la situación; la tiene, en cambio, de quienes se encuentran cerca y con quienes se esfuerza por igualarse o aventajar. Ciertamente, sobresalir ellos en gloria cede en perjuicio de nuestros intereses, y por eso se origina la tristeza. La semejanza, en cambio, causa alegría en cuanto concuerda con la voluntad.

3. Nadie pone empeño en conseguir lo que está muy por encima de él. De ahí que, cuando alguien logra sobresalir en ello, no le envidia. Pero si la diferencia es poca, le parece que puede conseguirlo. Por eso, si fracasa en su intento, por el exceso de gloria del otro se entristece, y ésa es la razón por la que, quienes ambicionan honores, son más envidiosos. Los son igualmente los pusilánimes, porque todo lo planean a lo grande, y con el menor bien conseguido por otros se consideran ellos enormemente defraudados. Por eso leemos en Jb 5, 2: Al apocado le mata la envidia. Y San Gregorio, por su parte, escribe en V Moral. : No podemos envidiar sino a quienes tenemos por mejores que nosotros en algo.

4. El recuerdo de los bienes pasados, en cuanto fueron poseídos, causan alegría; pero en cuanto se han perdido, tristeza; envidia en cuanto los tienen otros, porque eso parece que cercena la propia gloria. Así, dice el Filósofo en II Rhet. que los viejos envidian a los yóvenes, y los que perdieron mucho por conseguir algo, a los que lo consiguieron con pocos gastos, pues se duelen de la pérdida de sus bienes y de que otros los hayan conseguido.

ARTíCULO 2
¿Es pecado la envidia?
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Objeciones por las que parece que la envidia no es pecado:

1. En la carta que escribe San Jerónimo a Laeta, De Instruct. Filiae, le indica que tenga compañeras con las que aprenda, a quienes envidie, cuyas alabanzas la desgarren. Ahora bien, a nadie se le debe incitar a pecar. Luego la envidia no es pecado.

2. La envidia es tristeza del bien ajeno, como escribe el Damasceno. Ahora bien, esto resulta a veces laudable, según vemos en Pr 29, 2: Cuando los malos dominan, gime el pueblo. Por tanto, la envidia no siempre es pecado.

3. La envidia provoca celo, y cierto celo es bueno, según el salmo68, 10: El celo de tu casa me consume. La envidia, pues, no es siempre pecado.

4. Finalmente, la pena se distingue de la culpa. Ahora bien, la envidia es cierta pena, como expone San Gregorio en V Moral. : Cuando la podredumbre de la envidia ha corrompido el corazón embrutecido, el exterior mismo indica qué clase de locura agita gravemente el ánimo, pues el color se cambia en amarillo, los ojos se abajan, la mente arde, los miembros quedan fríos, en el pensamiento brota la rabia y los dientes crujen. La envidia, pues, no es pecado.

Contra esto: está el testimonio del Apóstol en Gál5, 26: No os hagáis codiciosos de vanagloria, provocándoos y envidiándoos unos a otros.

Respondo: Según queda expuesto, la envidia es tristeza del bien ajeno. Ahora bien, esta tristeza puede originarse de cuatro modos. Primero, cuando uno se duele del bien de otro porque teme daño para sí mismo o incluso para otros. Este tipo de tristeza no es envidia, como hemos expuesto, y hasta puede darse sin pecado. Por eso escribe San Gregorio en XXII Moral. : Suele acaecer a veces que, sin perder la caridad, no solamente nos alegre la ruina del enemigo, sino que también, sin culpa de envidia, nos contriste su gloria, ya que tanto creemos que con su caída se elevan justamente otros como tememos que por su promoción sean injustamente oprimidos muchos.

En segundo lugar, se puede tener tristeza del bien ajeno no por que él posea el bien, sino porque el bien que tiene nos falte a nosotros. Esto propiamente es celo, como escribe el Filósofo en II Rhet. Y si este celo versa sobre bienes honestos, es laudable, según la expresión del Apóstol en 1Co 14, 1: Envidiad lo espiritual. Pero si recae sobre bienes temporales, puede darse con y sin pecado.

Hay un tercer modo de entristecerse uno por el bien de otro, es decir, cuando éste no es digno del bien que le cae en suerte. Este tipo de tristeza no puede recaer, en realidad, sobre bienes honestos, que mejoran a quien los recibe; antes bien, como escribe el Filósofo en II Rhef., recae sobre riquezas y sobre cosas que pueden caer en suerte a dignos e indignos. Este tipo de tristeza, según el mismo Filósofo, se llama némesis, y atañe a las buenas costumbres. Pero esto lo decía porque consideraba los bienes temporales en sí mismos, en cuanto pueden parecer grandes a quienes no prestan atención a los bienes eternos. Pero, según la enseñanza de la fe, los bienes temporales que reciben quienes son indignos de ellos les son concedidos, por justa ordenación de Dios, o para su corrección o para su condenación. Por eso, tales bienes no son, por así decirlo, de ningún valor en comparación con los bienes futuros reservados para los buenos. Por eso esta clase de tristeza está prohibida en la Escritura, según las palabras del Sal 37, 1: No te impacientes con los malvados, no envidies a los que hacen el mal, y en otro lugar, o sea, en el Sal 73, 2-3: Estaban ya desligándose mis pies, porque miré con envidia a los impíos viendo la prosperidad de los malvados.

Finalmente, puede darse tristeza del bien ajeno cuando el prójimo tiene más bienes que nosotros. Esta es propiamente la envidia, y ésta es siempre mala, como afirma el Filósofo en II Rhet., porque se duele de lo que debería alegrarse, es decir, del bien del prójimo.

A las objeciones:

1. Ahí se toma la envidia por el celo que debe impulsarnos a aprovechar con los mejores.

2. Esa objeción procede de la tristeza de los bienes ajenos en el primer sentido.

3. La envidia difiere del celo, como hemos dicho. Por eso puede haber un celo bueno; la envidia, en cambio, siempre es mala.

4. No hay inconveniente en que algún pecado, por razón de algún adjunto, sea penal, como ya dijimos al tratar de los pecados (1-2 q.87 a.2).


ARTíCULO 3
¿Es pecado mortal la envidia?

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Objeciones por las que parece que la envidia no es pecado mortal:

1. La envidia, en efecto, es tristeza, y, como tal, una pasión del apetito sensitivo. Ahora bien, el pecado mortal no se da en la sensualidad, sino sólo en la razón, como prueba San Agustín en XII De Trin. Luego la envidia no es pecado mortal.

2. Los niños no pueden cometer pecado mortal. Mas puede darse en ellos la envidia a tenor de las palabras de San Agustín en I Confess. : Yo he visto y he tenido la experiencia de un niño celoso. Todavía no hablaba, y miraba pálido con semblante amargo a su hermano de leche. La envidia, pues, no es pecado mortal.

3. Todo pecado mortal es contrario de alguna virtud. Ahora bien, la envidia no es contraria a virtud alguna, sino a la némesis, que es cierta pasión, como demuestra el Filósofo en II Rhet. La envidia, en consecuencia, no es pecado mortal.

Contra esto: está el testimonio de Jb 5, 2: La envidia mata al insensato. Ahora bien, nada sino el pecado mortal mata espiritualmente. Luego la envidia es pecado mortal.

Respondo: La envidia, por su género propio, es pecado mortal, ya que el género del pecado se valora por su objeto. Ahora bien, la envidia, por razón de su objeto, es contraria a la caridad, que da la vida espiritual del alma, según leemos en 1Jn 3, 14: Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida porque amamos a los hermanos. La caridad, en efecto, como la envidia, tiene por objeto el bien del prójimo, pero se mueve en sentido contrario, ya que la caridad goza con el bien del prójimo; la envidia, empero, se entristece, como ya hemos comentado (a.1 et 2). Resulta, pues, evidente que la envidia, por su propio género, es pecado mortal. Sin embargo, como hemos expuesto (q.35 a.3; 1-2 q.72 a.5 ad 1), en todo pecado mortal se dan ciertos movimientos imperfectos radicados en la sensualidad que son pecado venial; así, en el género de adulterio, el primer movimiento de la concupiscencia, y en el homicidio, el primer movimiento de la ira. De ahí que también en la envidia se dan a veces, algunos primeros movimientos, incluso en los varones perfectos, que son pecados veniales.

A las objeciones:

1. El impulso de la ira, en cuanto pasión de la sensualidad, es algo imperfecto en el género de los actos humanos, cuyo principio es la razón. De ahí que esa envidia no sea pecado mortal. La misma razón hay que aplicar al caso de la envidia de los niños, que no tienen uso de razón.

2. En la primera se responde a la segunda.

3. La envidia, según el Filósofo en II Rbet. I se opone tanto a la némesis como a la misericordia, aunque de manera distinta. En efecto, a la misericordia se opone de manera directa, por contrariar al objeto principal, ya que el envidioso se entristece en realidad del bien del prójimo; el misericordioso, en cambio, de su mal. Por eso no son misericordiosos los envidiosos, según el mismo Filósofo , ni a la inversa. Por parte de aquel de cuyo bien siente tristeza el envidioso, la envidia se opone a la némesis. El nemesético, en efecto, se entristece de quienes obran indignamente, a tenor de estas palabras del Sal 73, 3: Miré con envidia a los impíos viendo la prosperidad de los malvados; el envidioso, en cambio, se entristece del bien de quienes son dignos de él. Resulta, pues, evidente que la contrariedad primera es más directa que la segunda. Ahora bien, la misericordia es cierta virtud y el efecto propio de la caridad. Luego la envidia se opone a la misericordia y a la caridad.


ARTíCULO 4
¿Es pecado capital la envidia?

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Objeciones por las que parece que la envidia no es pecado capital:

1. Los pecados capitales se distinguen de sus hijas. Ahora bien, la envidia es hija de la vanagloria, según escribe el Filósofo en II Rhet. : Los que aman honores y gloria son más envidiosos. Luego la envidia no es pecado capital.

2. Los pecados capitales parecen de menor gravedad que los que nacen de ellos, según las palabras de San Gregorio en XXXI Moral. : Los primeros vicios se adentran en el alma engañada, como apoyados en alguna razón; los siguientes, en cambio, al arrastrarla a toda locura, la confunden como con clamor bestial. Pues bien, la envidia parece pecado gravísimo, según escribe también San Gregorio en V Moral. : Aunque por todo vicio que se perpetra se inocula en el corazón humano todo el virus del antiguo enemigo, sin embargo, en esta maldad la serpiente remueve sus entrañas y vomita la peste que imprime la malicia. Luego la envidia no es vicio capital.

3. Además, parece que San Gregorio asigna impropiamente las hijas de la envidia al decir en XXXI Moral. : De la envidia nace el odio, la murmuración, la detracción, la alegría en la adversidad del prójimo y la aflicción por su prosperidad. En efecto, la satisfacción de ver al prójimo en dificultades y la decepción de verle prosperar parecen identificarse con la envidia. No es, pues, menester considerarlas como hijas de ella.

Contra esto: está el peso de la autoridad de San Gregorio en XXXI Moral., que considera a la envidia como pecado capital asignándole las hijas indicadas.

Respondo: La envidia es tristeza del bien del prójimo, como la acidia lo es del bien espiritual divino. Ahora bien, hemos demostrado (q.35 a.4) que la acidia era pecado capital, porque impulsa al hombre a obrar para huir de la tristeza o para satisfacerla. Luego por la misma razón es pecado capital la envidia.

A las objeciones:

1. En expresión de San Gregorio en XXXI Moral. : Los pecados capitales están unidos con tan estrecho parentesco, que uno procede de otro. El linaje principal de la soberbia es la vanagloria, que, al corromper el alma oprimida, al momento engendra la envidia, ya que, deseando el poderío de su vano nombre, se acobarda porque otro lo puede alcanzar. Como se ve, no es contrario al concepto de pecado capital que uno nazca de otro, sino el hecho de no tener algún motivo principal para producir muchas clases de pecados. No obstante, quizás por nacer tan a las claras la envidia de la vanagloria, no la tienen por pecado capital ni San Isidoro en el libro De Summa Bono ni Casiano en el libro De Instit. coenob.

2. De esas palabras no se deduce que sea la envidia el mayor de los pecados, sino que, cuando el diablo susurra la envidia, excita al hombre en lo que guarda principalmente en su corazón, ya que, como allí mismo se añade, por envidia del diablo entró la muerte en el mundo.

Hay, sin embargo, un tipo de envidia considerado entre los pecados gravísimos, y es la envidia de la gracia del hermano, en el sentido de que alguno se duele incluso del aumento de la gracia de Dios, y no sólo del bien del prójimo. Por eso se considera como pecado contra el Espíritu Santo, ya que con ese tipo de envidia el hombre tiene de algún modo envidia al Espíritu Santo, que es glorificado en sus obras.

3. El número de las hijas de la envidia pueden enumerarse de la manera siguiente: en el proceso de la envidia hay un principio, un medio y un fin. Al principio, en efecto, hay un esfuerzo por disminuir la gloria ajena, bien sea ocultamente, y esto da lugar a la murmuración, bien sea a las claras, y esto produce la difamación. Luego quien tiene el proyecto de disminuir la gloria ajena, o puede lograrlo, y entonces se da la alegría en la adversidad, o no puede, y en ese caso se produce la aflicción en la prosperidad. El final se remata con el odio, pues así como el bien deleitable causa el amor, la tristeza causa el odio, según hemos demostrado (q.34 a.6). Ahora bien, la aflicción en la prosperidad del prójimo, en cierto modo, se identifica con la envidia, como es el caso de que la prosperidad que da lugar a la tristeza, constituye precisamente la gloria que tiene el prójimo. Pero en otro sentido es hija de la envidia, y es el caso de que esa prosperidad la tiene el prójimo a despecho de los esfuerzos del envidioso para impedirlo. Mas la satisfacción de ver al prójimo en dificultad no se identifica directamente con la envidia, sino que se sigue de ella, ya que de la tristeza provocada por el bien del prójimo, es decir, la envidia, se sigue la satisfacción de ver el mal que le ha ocurrido.

Nomás pa´l gasto-Saber el ciclo del trabajo



Por Laura Aguilar
Para: Puntadas católicas

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"Nomas pa´l gasto" es un dicho mexicano que mi suegra usaba mucho. Pero no con el sentido que tiene realmente.

Quiere decir que no siempre se tiene lo suficiente y casi siempre tenemos sólo para irla pasando.

Meditando al respecto, he visto algo:
La vida actual se rige por Cristo, seas creyente o no lo seas.

Cristo tuvo una época de esplendor que fueron los años que dedicó a evangelizar, a curar y demás. Antes de éso, se preparó. Y llegó su "hora" como El mismo dijo. O sea, el momento en que su Pasión y muerte llegaron.

Eso lo recuerda la Iglesia cada año en su Liturgia, en lo que se llama "Año litúrgico"
En ése año, hay dos épocas fuertes llamadas "Pascua" que significa el paso del Señor:
Las Pascuas navideñas o del nacimiento de Jesús y las Pascuas de Resurrección

Ambas tienen su propia duración. Las Pascuas navideñas duran desde el Adviento, la Navidad hasta la Presentación del niño en el Templo.
El Adviento es tiempo de preparación, de meditación, la Navidad es el gozo del Nacimiento y no termina con el día 24 o 25 de Diciembre. La visita de los Reyes Magos se sucede posteriormente y trajeron regalos por éso los niños reciben regalos ése día. Y el 2 de Febrero se llevan los "niños Dios" a presentar al Templo, en honor y recuerdo de Cristo Jesús.

Las Pascua de Resurrección tienen una etapa llamada Cuaresma que es tiempo de meditación y su momento culminante es la Semana Santa con la Pasión de Cristo.

Todo lo demás es Tiempo ordinario.

Pues bien, nuestra vida transcurre igual.
Te has puesto a pensar por ejemplo que durante el año, en tu trabajo se pasan etapas difíciles y otras de gran apogeo y todo lo demás es normal? A ése tiempo normal yo le llamo "Nomás pa´l gasto"

Por ejemplo: mi marido trabaja para el ramo de la construcción. Vende productos que usan los constructores.

Tiene una época difícil que va de Diciembre a principios de Febrero. Muy dura
Después viene una epoca de recuperación y una época que es muy buena. Lo demás, "nomás pa´l gasto"

Lo mismo sucede con la hotelería por ejemplo, en donde yo laboré: en vacaciones es muy buena, en tiempo de febrero, marzo, es difícl Y todo el año "nomás pa´l gasto"

¿Porqué te hago éste comentario?
Porque muchas mujeres no conocen siquiera el ciclo del negocio o trabajo de su esposo. Y porque muchos hombres, también desconocen el ciclo de su propio trabajo.

Asi que las mujeres exigen de sus esposos, algo que no les pueden dar siempre.
Y los mismos esposos, gastan más, porque no saben reconocer el ciclo de su trabajo.

Esto lleva a situaciones muy difíciles, si no tiene uno conocimiento de su propio ciclo productivo y si no tiene uno control de sus gastos.
La época buena hay que disfrutarla, guardar un poco para la época difícil y lo demás "nomás pa´l gasto" O como dice otro dicho mexicano "A cada capillita, le llega su fiestecita"

Si viviéramos como Cristo. Si aprendiéramos que hay un punto alto de ganancia y otro muy bajo. Y todo lo demás es tiempo normal, viviríamos con menos estrecheces, menos stress, menos problemas y disfrutando más, porque viviriamos más tranquilos.

No nos vestimos de fiesta todo el tiempo. Usamos ropa de trabajo, ropa de descanso y ropa de fiesta.
Entonces ¿porqué pretendemos vivir siempre a todo lujo, o vivir siempre descansando, o vivir siempre trabajando?

Te invito a escuchar el podcast que preparé al respecto.



Angustia y Prevención

INDICE

Citas bíblicas que auxilian en la angustia
Depresión y angustia, males complejos dentro del misterio de sufrimiento
El arte de ser feliz-Ignacio Larrañaga
Mi opinión en podcast











Carta de Mons Sarlinga a quienes sufren depresión, angustia y situaciones de grave necesidad
Por: Mons. Oscar D. Sarlinga, obispo de Zárate-Campana | Fuente: aica

Carta de monseñor Oscar Domingo Sarlinga, obispo de Zárate-Campana, en la celebración de la festividad de la Santísima Virgen María en su advocación de «Nuestra Señora del Pozo»

I. Depresión y angustia, males complejos dentro del misterio de sufrimiento
II. Actos del drama interior
III. Una recuperación desde la fuente de la dimensión espiritual
IV. Conclusión


I. Depresión y angustia, males complejos dentro del misterio de sufrimiento

En el pasado año de 2006 tuve la ocasión de declarar a la Santísima Virgen, en su advocación de Ntra. Sra. del Pozo, o «Madonna del Pozzo», como Patrona para quienes sufren depresión y estados de angustia y situaciones de grave necesidad, en esta diócesis de Zárate-Campana. Entronizada su imagen en la parroquia de Santa Rosa de Lima, en Villa Rosa (Pilar) y en otras capillas de la diócesis (como Santa Teresita, en Manuel Alberti, y María de Nazaret, en Zárate) (1), allí han acudido miles de fieles a lo largo de este año, con el maravilloso don de la Fe, o bien pidiendo al Señor ese don, junto con las gracias que necesitan, también el don de la salud, viendo como del todo natural que el cristiano enfermo o deprimido vuelva sus ojos a la Santísima Virgen Maria, «Causa de nuestra alegría y Salud de los enfermos»(2). Nada hay de especialísimo en dicha advocación: «Casa de María» son todas las iglesias donde se encuentra Jesús Eucarístico y la presencia espiritual de la Madre. El tema sí es especial; me mueve a dirigirles ésta sobre todo la necesidad pastoral que veo de afrontar con Fe y Esperanza el panorama de angustia y depresión en que viven no pocos hermanos y hermanas nuestros.

Nos mueve la Fe, que es un magnífico don de gracia; es la Fe en Jesucristo, Hijo del Dios Vivo, a quien Su Madre, la Santísima Virgen, nos atrae a todos con singular predilección, especialmente a quienes más lo necesitan, abriéndonos caminos de alegría y paz. Es por ello que la Iglesia siempre ha tenido tan en alto la preocupación por los enfermos y sufrientes, a imitación del propio Jesús, como lo refería el Papa Benedicto XVI en una reciente visita pastoral a una clínica: “Encontrándome entre vosotros, pienso de modo espontáneo en Jesús, que durante su existencia terrena siempre mostró una particular atención a los que sufrían, curándolos y dándoles la posibilidad de volver a la vida de relación familiar y social, que la enfermedad había impedido. Pienso también en la primera comunidad cristiana, donde, (…) muchas curaciones y prodigios acompañaban la predicación de los Apóstoles. La Iglesia, siguiendo el ejemplo de su Señor, manifiesta siempre una predilección especial por quienes sufren y (…) ve en el que sufre a Cristo mismo, y no cesa de prestar a los enfermos la ayuda necesaria, la ayuda técnica y el amor humano, consciente de que está llamada a manifestar el amor y la solicitud de Cristo a ellos y a quienes los atienden (…)”(3). Así también nosotros debemos tener una especial solicitud para con los enfermos y los que sufren, y en especial para con los deprimidos y angustiados; más aún, en nuestras parroquias, movimientos y asociaciones de fieles, todo ello debiera ser un aspecto más que destacado de la pastoral.

Sí sabemos que se sufre como persona, con las características físicas, psicológicas y espirituales que cada persona posee. Tiene mucho, muchísimo que ver con el sentido de la vida que cada uno tenga, como afirma Cassell(4). Así, la esencia del sufrimiento consiste en cierta desintegración del ser, incluyendo el pasado, el futuro, el sentido de la vida de alguien, sus intenciones y proyectos, sus ideas de fuerza y sus creencias. El sufrimiento se da, pues, en una cultura, que es propia del ser humano. A este respecto, un valioso Documento del Pontificio Consejo para la Cultura, llamado «Para una pastoral de la cultura», recuerda que esta última “(…) es tan connatural en el ser humano que la naturaleza de éste no posee rostro sino cuando se realiza en su cultura”(5) . Así también se realiza el rostro del sufrimiento, y por ende, de la depresión, la angustia, el sentimiento del estado de grave necesidad.

Ahora bien, la depresión y la angustia son siempre manifestaciones de sufrimiento. Pero la inversa no es igualmente cierta. Nos preguntamos, pues: ¿Qué es el sufrimiento?; ¿por qué el sufrimiento?. Y, todavía mejor, ¿para qué el sufrimiento?. ¿Existe un sentido de él?. Expongo estas preguntas (los cristianos tenemos una Respuesta, con mayúscula), pero, creo, no sería el momento de intentar dilucidar aquí cuestiones tan cruciales para el ser humano, y tampoco de establecer distinciones entre dolor y sufrimiento, y dentro de éstos, de profundizar en las causas psíquicas de la depresión y la angustia. Más que al sufrimiento en general, esta carta desea estar referida sobre todo a estas dos últimas, con una mirada pastoral.

Para introducirnos en tema, algo importante es no confundir el estado de ánimo triste, que constituye un malestar psicológico frecuente (y que conlleva el sentirse triste o deprimido) pero que no configura el padecimiento de una depresión en sí, puesto que ésta indica signos, síntomas, síndromes, un estado emocional permanente, una reacción clínica bien definida. En la depresión como estado pato-lógico se pierde la alegría y satisfacción de vivir, la capacidad de actuar y obrar, y la esperanza de recobrar el bienestar, cayendo en un sombrío ánimo. Precisamente, aquélla se acompaña de manifestaciones evaluables clínicamente en la esfera del estado de ánimo (6) del pensamiento (7), de la actividad psico-motriz (8) y de las manifestaciones somáticas (9) .

Siempre considerando el no ser especialistas, podemos también afirmar, lato sensu, que el fenómeno de la depresión es complejo y multicausal (10). En ese sentido, el Papa Juan Pablo II, quien trató en distintas ocasiones el tema de la depresión desde una perspectiva humana amplia, hacía referencia a “(…) los diferentes aspectos de la depresión en su complejidad: van desde la enfermedad profunda, más o menos duradera, hasta un estado pasajero, ligado a acontecimientos difíciles –conflictos conyugales y familiares, graves problemas laborales, estados de soledad...–, que comportan una fisura o una ruptura en las relaciones sociales, profesionales, familiares. La enfermedad es acompañada con frecuencia por una crisis existencial y espiritual, que lleva a dejar de percibir el sentido de la vida” (11). Se encuentran allí mencionados los diversos aspectos y causas de la depresión, difusos hoy como nunca, tal como se ha expresado más arriba, en la cultura moderna.

Sin entrar en especializaciones, podemos genéricamente constatar, esto sí, es que la depresión es un mal particularmente complejo y presente en nuestra época contemporánea (12), caracterizada –como ninguna otra época- por el avance de los conocimientos científicos y del dominio del hombre sobre el planeta, pero también signada por el abandono, la soledad, la incertidumbre y las mil y una posibilidades de frustración, tantas veces originadas en el sinsentido de la vida, esto es, en que la vida humana aparece para muchos desprovista de sentido, o bien en factores externos, como graves injusticias infligidas, injusta miseria, desengaños, calumnias, estafas, trágica pérdida de seres queridos, pérdida de fe y esperanza por escándalo o pereza o malevolencia de quienes debían ayudar.

En general, queridos hermanos y hermanas, hay a nuestro alrededor todo un mundo del dolor del que nos compadeceríamos mucho más, si miráramos aunque más no fuera un poco, saliendo de nuestro propio mundo –o mundillo- de auto-suficiencia y auto-miramiento, o del fárrago de nuestros propios problemas. ¡Si aunque sea siempre rezáramos un Padrenuestro por los que más sufren!. ¡O los incluyéramos siempre en las intenciones de la Santa Misa!. Puestos en el Corazón de Cristo, ya sería muchísimo, y también mucho es lo que podemos hacer, en Cristo, conforme a las exigencias de la vida cristiana, en la «eucaristía vivida» de nuestra vida diaria.
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II. Actos del drama interior

¿Es un drama la vida?

En el ámbito de la filosofía, no pocos consideran que el grito de Friedrich Nietzche, acerca de «la muerte de Dios» plantea en realidad la trágica cuestión de «la muerte del ser humano». El declive postmoderno desde Michel Foucault a Claude Levi-Straus, desde el «sueño antropológico» del primero, que deviene en «muerte del hombre» hasta la mitológica tetralogía del segundo, con su «crepúsculo de los hombres», caracterizado por la «nada» (13).

No son éstas, pienso, consideraciones exquisitas y desprovistas de sentido. Nosotros, personas religiosas, tenemos mucho que orar y mucho que obrar por el bien; sin creernos más que nadie sino partiendo de las energías de Amor del «homo religiosus», energías que el Espíritu del Señor ha puesto para bien de los que lo aman. Frente al drama del vacío existencial, pongamos Amor, y allí donde haya odio, envidia, paranoia consentida, también. Como en la oración de San Francisco de Asís. Incluso frente al horror del campo de concentración, expresión sin par del vacío existencial al que nos referíamos, y de la ominosa Shoah, el gran neurólogo Viktor Frankl, vienés, hebreo, luego profesor de Harvard, Stanford, Pittsburgh e Dallas, fallecido a los 92 años en 1997, encontró el sentido de la vida y el sentido del Amor. En su obra, «Le dieu inconscient», nos habla del «poder de contestación del espíritu». Y parte del principio que «la exigencia fundamental del hombre –es- (…) la plenitud de sentido»(14).

He aquí un gran remedio a la tristeza y depresión. Aparece aquí el tema de la «voluntad de sentido», que abren vías de salida al ser frustrado, presa del vértigo del vacío existencial, que puede caracterizarse como pérdida de la capacidad para interesarse, ilusionarse y disfrutar de todas o casi todas las cosas y circunstancias de la vida, disminución general de la vitalidad, pérdida de la confianza en sí mismo, con sentimientos de inutilidad, inferioridad o de culpabilización excesiva, perspectiva negra del futuro, ideas de muerte e incluso de suicidio. Este vértigo en el que el ser humano puede caer se manifiesta como rampante tristeza, ideas negras, repliegue sobre sí mismo con obsesión de muerte, y caída en el vacío. Presas del miedo, tantos hermanos y hermanas nuestros ven todo con temor, hastío de vivir, voluntad abandonada. Es la náusea y la desesperación. Es el drama interior, que necesita de un profesional especializado, y también de atención pastoral.

A nivel humano en general, sin embargo, pienso que en el drama de la depresión pueden existir algunos factores de predisposición, pero aquí sí, más que nunca, no se debe generalizar, teniendo en cuenta, sobre todo, la multicausalidad a la que hemos hecho alusión más arriba.

Sin entrar ahora en estas líneas en el plano de la responsabilidad moral, creo que para nada menor puede constituir un factor a considerar como desencadenante de la depresión (más allá de todas las predisposiciones genéticas y otras causales), el excesivo perfeccionismo de la persona (¿es ésta una manifestación obsesiva?), es decir, el ansia desmesurada de obtener resultados «perfectos», que nadie pueda atacar o criticar (lo cual esto último, curiosamente, hace a la persona muy vulnerable a la frustración). El perfeccionismo podría ser confundido con el sentido genérico de la «responsabilidad», pero en realidad denota cierto sentimiento de omnipotencia y, diríamos, de «irrealismo», en el sentido de rehusar admitir las propias limitaciones. No es el caso la mayoría de las veces, pero puede ocurrir que dicho perfeccionismo hiperintencional (utilizando un lenguaje más o menos frankliano) se vea teledirigido a logros de anti-valores, como tantas veces son pregonados por algunos medios masivos de comunicación (15).

Ya más en el orden psíquico y psicológico, otro factor importante puede constituir la psico-estructura del sujeto con caracteres paranoicos o paranoides, factor que adquiere repercusión sobre el tema pues quien adolece de una tendencia paranoica es, en cierta medida, impermeable a la experiencia «fáctica» (16) teniendo, como lo tiene, afectado el sentido del discernimiento de sus propias limitaciones o responsabilidades y culpando a los demás(como normalmente su trastorno de personalidad lo lleva a hacerlo) de sus fracasos y frustraciones, los cuales serían otros tantos complots en su contra. Dicha actitud le hace ver a muchos de los que lo rodean (o a todos) como un conjunto de adversarios y enemigos conjurados. Ello le ocasiona aislamiento y rechazo, y, quizá, depresión. Reitero que no estamos tratando aquí de la falta moral (no hay que confundir esto, sin tampoco escindir).

En el mismo orden, tampoco podríamos dejar de mencionar como factores depresivos a la agobiante «soledad» (no la fecunda, sino esa soledad destructiva, que frustra, algunas veces causada por la desconfianza sistemática) y a la parálisis o atrofia de la actividad (mencionada magistralmente por Frankl como hiperintención paralizante) (17), en la cual la persona deprimida experimenta una exacerbación de su sentido de autocrítica y tiende a teñir de negativo sus posibilidades de actuación.

La actitud pastoral: desde un punto de vista psicológico, y humano, diríamos, una persona que ha caído en depresión necesita compañía y ayuda a fines de superar la soledad y aislamiento, necesita que alguien le abra camino a la luz en su vida, necesita ejercitar alguna actividad satisfactoria que le resulte exitosa, abrirse al Bien y a la Verdad, y para ello es preciso que descubra cuáles son las fisuras y grietas de su personalidad por dónde se han filtrado las aguas negras de la depresión. Para esto puede ayudar grandemente una perspectiva espiritual profunda, que redimensione enteramente los actos del drama, para transformarlos en una nueva actuación de vida.
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III. Una recuperación desde la fuente de la dimensión espiritual

Lo primero es la aceptación de la propia realidad, la cual, en la medida en que Dios la quiso, o permitió por lo menos, llega a ser «historia sagrada» en el sentido en que ni un cabello cae de nuestra cabeza sin que el Padre celestial lo sepa. En la vida no estamos dejados «A la deriva», como dramática y genialmente lo narra el cuento de Horacio Quiroga… (lo recuerdo de la escuela primaria…) Porque para quienes tienen Fe, “(…) todo coopera al bien de los que aman a Dios” (Rm 8, 28); también la autoestima coopera, y en grande, porque no puede amar a los otros quien no se ama (no «más allá del Sol y de las estrellas», en el decir de Dante Alighieri, sino en la justa medida), por debajo de Dios y amando al prójimo como a sí mismo.

Es claro que si la persona que sufre depresión es creyente, más aún, un cristiano, un católico con claro conocimiento de su fe y de la doctrina sobre Dios Providente y Misericordioso, que puede “(…) hacer de las mismas piedras hijos de Abrahám” (Mt 3, 9), hay elementos muy sólidos para superar el mundo de oscuridad y frustración y de parálisis psíquica.

Por ello, en la atención pastoral de quien padece angustia y depresión ocupa un lugar de primer plano todo lo que pueda robustecer la Fe, comprendiendo por ésta las certezas acerca de la bondad y sabiduría de Dios (en quien «vivimos, nos movemos y existimos» como reza Hch 17, 28), acerca de su presencia y su amoroso poder, acerca del destino de felicidad que Dios quiere para todos los seres humanos, al punto que nos dio a su propio Hijo (cf. Jn 3, 16). También acerca del recibimiento tierno que Dios prodiga a sus hijos descarriados (cf. Lc 15, 11-24), aun sabiendo perfectamente acerca de nuestras limitaciones, flaquezas, astucias y «agachadas» (cf. Salmo 103, 14).

La depresión y la angustia, en lo espiritual, constituyen una dura prueba. El papel de los que cuidan de la persona deprimida, y no tienen una tarea terapéutica específica (por ejemplo quienes atienden a nivel pastoral a quienes más sufren), consiste sobre todo en ayudarle a recuperar la estima de sí misma, la confianza en sus capacidades, el interés por el futuro y el deseo de vivir (18). Por eso, es importante tender la mano a todos los enfermos, ayudarles a percibir el Amor y la ternura de Dios, integrarlos en una comunidad de fe y de vida donde puedan sentirse acogidos, comprendidos, sostenidos, en una palabra, dignos de amar y de ser amados. Para ellos, como para cualquier otro, contemplar a Cristo y dejarse "mirar" por él es una experiencia que los abre a la esperanza y los impulsa a abrirse a la vida en abundancia (cf. Dt 30, 19).

Algo muy importante en la búsqueda de sentido, para un creyente, es asumir el sufrimiento (y por ende la depresión y la angustia), sin quedantismo ni –ciertamente- como forma de trágico masoquismo sino como forma de «participación en la pasión y en la cruz de Cristo» y como una realidad dolorosa que nos habilita, en el decir de San Pablo, para “(…) completar lo que falta a la pasión de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1, 24).

Esto es causa de esperanza y de apertura de una gran ventana de luz, que da a la comprensión del destino de bienaventuranza de la persona humana, al punto que se haga prácticamente manifiesto cómo el camino hacia la vida eterna puede tener que atravesar por una prueba, casi como, en cierto sentido, un propio aniquilamiento y sentimiento de abandono, a imitación de Cristo (19). La oración (¡qué maravilloso es abrirnos a orar!), la participación fructuosa en los sacramentos de la Iglesia serán entonces de inmensa ayuda, en especial la Eucaristía, la Penitencia y la Unción de los enfermos.

Una recuperación espiritual será de invalorable ayuda para quien sufre angustia, depresión y estados de urgente necesidad, porque lo ayudará a amarse más, a valorarse más, y a recobrar el sentido de la justa lucha, de la esperanza y de la salida a la oscuridad de la desesperación. Entonces la gracia y la paz se podrán derramarse como una fuente de bendición, porque siempre podemos salir para ayudar a otros que sufren, y esto trae bendición, porque lo dijo Jesús: “Cuanto ustedes hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mi me lo hicieron” (Mt. 25,40-45).

Así es para con los enfermos, los más pobres, los que sufren, los abandonados, angustiados y deprimidos.
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IV. Conclusión

La alegría pascual refulge siempre magnífica en la Iglesia y para la humanidad, pues el gozo es el don de Dios del cual, aquélla, la Iglesia, es portadora, en tanto portadora del Evangelio. «La alegría –escribía el converso Paul Claudel, convertido por intercesión de la Virgen durante el cántico del Magníficat en la catedral de Notre Dame– es la primera y la última palabra del Evangelio»(20).

Tanto el anticuerpo como el antídoto para la enfermedad de la oscuridad del corazón es la Fe en Aquél que nos dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida». Entonces nuestra vida se transforma en una Eucaristía vivida, aun con sufrimiento y dolor (de los cuales, cuanto más aborrecimiento tengamos, más expuestos al sufrimiento estaremos). La alegría cristiana, en cambio, proviene de la esperanza que no defrauda, ese «ya pero todavía no» que es anticipación de la Gloria del Cielo. El Nuevo Testamento está todo penetrado de la Vida que Jesús nos transmite y comunica, y Vida en abundancia (cf Mt 25,21-23; Lc 1,14; 2,10). Nos la comunica a todos sus discípulos; por ello el Evangelio de Juan afirma que la alegría de Jesús vive en el discípulo (Cf Jn 17,13; 1 Jn 1,4; 2 Jn 12), podemos decir, es una «alegría discipular», la cual no cesa incluso coexistiendo con el sufrimiento (Cf Jn 16,20-24; 14,28). El gran Obispo y Doctor de la Iglesia, San Agustín, tiene unas estupendas meditaciones sobre la alegría del discìpulo(21), que tantas veces los cristianos tendríamos que poner más en práctica, también los pastores del Pueblo de Dios; y me incluyo el primero.

Porque esa realidad de Fe y de Esperanza en nuestra vida hace irradiar de luz a todo nuestro ser, y se transforma en fuente de bendición y alegría para los demás, alentando el espíritu y el rostro feliz de cuantos entren en contacto con nosotros, como dice el Libro de los Proverbios sobre el «corazón» (en sentido bíblico: «Lev»): “Corazón contento, cara feliz, corazón abatido, desalienta el espíritu” (Prov. 15, 13).

Pedimos al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, en su advocación de «Nuestra Señora del Pozo», que saque a nuestros hermanos caídos en el pozo de oscuridad y angustia y nos haga ver su Luz –también a través de las causas segundas de la ciencia-, un Camino de Luz, para pasar «haciendo el bien».

En la Fiesta de Nuestra Señora de la Merced, la Libertadora de los cautivos, 24 de septiembre de 2007

Notas:

(1) La homilía completa de quien suscribe con ocasión de la entronización de la «Madonna del Pozzo», con el significado bíblico y existencial del «pozo», puede encontrarse, entre otros sitios de la web, en: http://www.aica.org/index2.php?pag=sarlinga070318 o bien en la página web del Obispado (obzaratecampana.com.ar) o bien en Camineo.info: http://www.camineo.info/news/190/ARTICLE/2235/2007-03-22.html

(2) La Virgen tuvo durante su vida terrena (y esto está constatado en la Sagrada Escritura) muchos momentos de dolor espiritual, aunque no pudiéramos hablar propiamente de depresión psicológica: la profecía de la espada de dolor que atravesaría su alma (cf. Lc 2, 35); la huida y el exilio en Egipto (cf. Mt 2, 13-15); la pérdida del Niño Jesús, al que encontró luego enseñando en el Templo (cf. Lc 2, 41-50) y su angustiosa presencia al pie de la Cruz (cf. Jn 19, 25-27). Esa experiencia de dolor le brindó, sin embargo, una capacidad especial para compadecer a los miembros de su Hijo sumidos en la aflicción y para interceder por ellos, pidiendo el don del consuelo, la alegría y la fortaleza.

(3) BENEDICTO XVI, Discurso a los enfermos, a los médicos y al personal del Hospital Policlínico San Mateo, de Pavía, en la Visita pastoral a Vigévano y Pavía, Domingo 22 de abril de 2007.

(4) E. CASSELL, "Recognizing Suffering", Hasings Center Report 21 (1991): 24-31, p. 25.

(5) La vida humana no se realiza sino en las diversas y concretas modalidades de la actividad humana, que configura el «existir». Esta última constituye una realidad compleja, la de ser, a la vez, «homo faber» y «homo amicus», «homo politicus» e «homo sapiens», sin olvidar el ser «homo religiosus». (Cf PONTIFICIO CONSEJO PARA LA CULTURA, Per una pastorale della cultura, Pentecoste 1999, n. 2).

(6) Tales como la tristeza, pérdida de interés, apatía, falta del sentido de esperanza.

(7) Como la capacidad de concentración disminuida, indecisión, pesimismo, deseo de muerte.

(8) Manifestada, por ejemplo, a través de la inhibición, lentitud, falta de comunicación o inquietud, impaciencia e hiperactividad.

(9) Es decir, corporales, tales como el insomnio, alteraciones no provocadas por otras causas del apetito y peso, disminución del deseo, pérdida de energía.

(10) Muchos estudiosos de la psicología y de la psiquiatría diferencian entre tres grandes grupos o tipos de depresión: las depresiones «endógenas» (en su origen etimológico: «generadas desde dentro»), que son aquellas no ocasionadas –al menos según lo que se ve clínicamente- por cosa alguna externa, esto es, factor alguno de sufrimiento psicológico. Aquí puede incidir de modo importante la matriz genética. Una segunda especie la constituyen las depresiones llamadas «distímicas», relacionadas con «trastornos» (en el lenguaje moderno, puesto que ya casi no se habla de neurosis) de la personalidad. La frustración, el descontento y la desafección de sí mismas y de lo que las rodean, caracterizan a estas personalidades. Revisten la clásica «amargura» y «frustración» y generalmente hacen episodios depresivos, de mayor o menor intensidad, con carácter crónico. Por último, el tercer grupo, llamado de las «depresiones reactivas», o también conocidas como «trastornos adaptativos depresivos», configura un cuadro depresivo que aparece, precisamente, por motivos «reactivos», o «de reacción a» acontecimientos disparadores, tales como separaciones matrimoniales, problemas familiares, pérdida de un ser querido, dificultades de autoestima, enfermedades físicas, problemas de relación. Son frecuentes en adolescentes y jóvenes, e incluso, con distinta sintomatología e intensidad, en niños.

(11) JUAN PABLO II, Discurso a los participantes en la XVIII Conferencia Internacional sobre «La depresión», promovida por el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, Ciudad el Vaticano, 14 noviembre 2003, n. 2.

(12) En cuanto a la historia antigua, la primera manifestación acerca de lo que hoy llamaríamos depresión que conocemos, se halla en Hipócrates, quien en su obra «Las epidemias de la bilis negra», hace referencia a ella, y pone como su síntoma más importante la tristeza. Más adelante se refirieron a la actualmente denominada depresión el gran Celso (del siglo I) y posteriormente Galeno, en el siglo II, quien describe tres modalidades de la llamada «melancolía».

(13) C. LÉVI-STRAUSS, L’homme nu, Plon, 1971.

(14) V. FRANKL, Le dieu inconscient, Coll. Religion et sciences de l’homme, Edition du Centurion, 1975, p. 92-93.

(15) “Es importante ser conscientes de las repercusiones que tienen los mensajes transmitidos por los medios de comunicación sobre las personas, al exaltar el consumismo, la satisfacción inmediata de los deseos, la carrera a un bienestar material cada vez mayor. Es necesario proponer nuevos caminos para que cada uno pueda construir la propia personalidad, cultivando la vida espiritual, fundamento de una existencia madura” (Juan Pablo II, Discurso a los participantes en la XVIII Conferencia Internacional sobre «La depresión», promovida por el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, Ciudad el Vaticano, 14 noviembre 2003, n. 2).

(16) Es decir, no es la realidad fáctica lo que le interesa sino cómo la ve desde su psico-estructura, por ejemplo, con sospecha.

(17) En «El hombre doliente», Herder, Barcelona, 1987.

(18) “El papel de quienes atienden a una persona deprimida sin una función específicamente terapéutica consiste sobre todo en ayudarla a recuperar la propia estima, la confianza en sus capacidades, el interés por el futuro, las ganas de vivir. Por eso, es importante tender la mano a los enfermos, hacerles percibir la ternura de Dios, integrarlos en una comunidad de fe y de vida en la que se sientan acogidos, comprendidos, sostenidos, en una palabra, dignos de amar y de ser amados. Para ellos, al igual que para cualquier otra persona, contemplar a Cristo y dejarse «guiar» por Él es la experiencia que les abre a la esperanza y les lleva a optar por la vida” (Juan Pablo II, Discurso a los participantes en la XVIII Conferencia Internacional sobre «La depresión», promovida por el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, Ciudad el Vaticano, 14 noviembre 2003, n. 2).

(19) Cuya angustia se tradujo en copioso sudor de sangre (cf. Lc 22, 44), y especialmente, cuando Él en la cruz pronunció el grito desgarrador de “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado” (Mt 27, 46; Mc 15, 34). Creer en el poder de la gracia es la condición necesaria para rechazar la tentación de la desesperación, y tiene su base en creer en la «kenosis», el anonadamiento de Cristo (cf. Flp 2, 6-9).

(20) Cf. P. POUPARD (Card.), Le christianisme à l’aube du IIIème millénaire, III, L’avenir est à l’espérance, Plon-Mame, 1999, p. 248.

(21) San Agustín, Obispo y Doctor de la Iglesia, profundo conocedor del alma (y de la «psykhé») humana, comenta, respecto a lo que hemos llamado la «alegría discipular»: “Dado que Jesús mismo es la alegría de sus discípulos, esta afirmación del Señor se halla en perfecta armonía con lo que dice San Pablo: «Una vez resucitado de entre los muertos, Cristo no muere más, y la muerte ya no tiene poder sobre él»” (SAN AGUSTÍN, In Joannem, 101,3). El desafío, sin embargo, radica en entrar cada día más en contacto existencial con Jesús Resucitado, a través de la vida del discípulo, la oración, los sacramentos y la práctica de la virtud teologal de la caridad.

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Entrevista con el Padre Larrañaga autor de más de una decena de libros con los que pretende ayudar al hombre moderno a salir de su angustia y encontrar la felicidad
Por: Lidia González y Teresa de Diego | Fuente: análisis digital/ zenit

Habla el fundador de los «Talleres de Oración»

El padre Ignacio Larrañaga, sacerdote franciscano, capuchino, fundador de los Talleres de Oración (http://www.tovpil.org), que han beneficiado a más de diez millones de personas, es uno de los maestros del espíritu de estos inicios de milenio.

Autor de más de una docena de libros que han sido traducidos a más de diez idiomas, ha tenido una enorme influencia con su pedagogía que vincula la oración con la vida concreta, especialmente, con la vida de matrimonio.

Es autor de uno de los libros de espiritualidad de más éxito en estos momentos, «El arte de ser feliz» (LibrosLibres), que ya ha llegado a su séptima edición, con el que pretende ayudar al hombre moderno a salir de su angustia y encontrar la felicidad.

Así lo explica en esta entrevista este misionero, cuya obra, con reconocimiento pontificio, se ha extendido por todos los continentes.

¿Es posible que el hombre sea realmente feliz?

--P. Larrañaga: Aunque mágica, la palabra felicidad no deja de ser una palabra equívoca. En realidad nadie es feliz, completamente feliz. Puede haber momentos de éxtasis o exaltación y en esos momentos parece que se ha llegado a la plenitud de la felicidad; pero ¡vana ilusión!, son momentos efímeros, fugaces. Puede haber ráfagas de felicidad, copas de alegría, pero ¿la´ felicidad misma? No. Lo que aborta la felicidad es el sufrimiento, y aquí podemos establecer una ley de proporcionalidad; cuanto más sufrimiento, menos felicidad; cuanto menos sufrimiento, más felicidad. «El arte de ser feliz» enseña a eliminar o aminorar cualquier sufrimiento y, por este camino, enseña no a ser feliz, pero sí a ser más feliz. He ahí el arte.


Un hombre que sufre enfermedad o dolor físico, ¿puede ser feliz?

P. Larrañaga: Se puede decir que cualquier dolor corporal ya ha sido eliminado con las medicinas modernas. Pero, ¿y la enfermedad? El problema de la enfermedad no es la perturbación biológica sino la resistencia mental que tiene la angustia. La angustia es el peor aguijón de la enfermedad. Un enfermo inundado de una gran paz es un enfermo feliz.

Este libro enseña precisamente eso: arrancar a la enfermedad su peor aguijón que es la angustia. Transformar la enfermedad en la «hermana enfermedad» y hacer del enfermo un «enfermo feliz». He ahí el arte.

Hoy en día vivimos pensando en tener éxito ¿Cómo prepararnos para aceptar el fracaso?

--P. Larrañaga: Es verdad. Estamos inmersos en una sociedad excesivamente competitiva en la que el más fuerte, el más audaz, el más creativo se lleva la palma en una lucha sin cuartel. Por todos partes se oye el grito romano «ay de los vencidos», es decir, «ay de los fracasados». En esta sociedad no hay lugar para los fracasados; ellos son eliminados con crueldad y sin compasión. Usted me pregunta: ¿cómo aceptar el fracaso sin derrumbarse? Francamente no lo sé; o mejor, lo veo imposible. Tal vez, tan sólo en el espíritu de fe y abandono en Dios, podría suavizar el golpe y ayudarlo a mantenerse de pie. Sin fe es inevitable caerse de espaldas, hecho pedazos.

Hay gente que cree que el hombre se tortura con angustias y obsesiones porque piensa demasiado.

--P. Larrañaga: No porque piensa demasiado sino porque da vueltas en su mente, e inútilmente, a hechos consumados y episodios tristes. Y de tanto dar vueltas en su cabeza a sucesos tristes de la vida, las personas se hacen temperamentalmente tristes. Los hechos que no tienen solución o la solución no está en nuestras manos ¿para qué darles vueltas en la mente? Hay que dejarlos en manos de Dios.

¿Por qué cree usted que tenemos tanto miedo a que los años se nos pasen y la muerte nos sorprenda sin haber vivido? ¿Cuál es su respuesta a los que temen la muerte?

--P. Larrañaga: Es un sentimiento hondo, casi siempre inconsciente pero real: se les van pasando los años y están aproximándose al ocaso de la vida. No les falta nada. Por tenerlo todo, hasta tienen salud fisica y mental, pero están dominados por la sensación de que les falta todo. Si les preguntamos por la razón de su vivir, responderán que no la tienen. Es el vacío, la oscura sensación de que se les va la vida sin haberla vivido. Su existencia no ha sido gratificante. ¿Respuesta a los que temen la muerte? No es fácil responder. Es un fenómeno de gran complejidad. Ese temor, para los que no tienen fe, participa del «horror vacui», horror al vacío. Desde luego es un temor irracional: se debería pensar mil veces en la ley universal de que lo que comienza, acaba, ley respetada por todos los seres de la creación, excepto por el hombre.

Al igual que aprendemos a leer, escribir... ¿tenemos que aprender a ser felices? ¿Depende de nosotros o de las circunstancias que nos toque vivir?

--P. Larrañaga: En la época prehumana, los animales no se hacían problemas para vivir. Todos sus problemas los encontraban solucionados mediante mecanismos instintivos con los que resolvían, casi mecánicamente, sus necesidades elementales. Los animales no pueden ser más felices de lo que son. No tienen problemas. No se aburren. El hombre, en cambio, desde que sale a la luz, todo son problemas: tiene que comenzar a respirar, alimentarse, a andar, a hablar... y así, a lo largo de los años, y hasta la muerte, su existencia es un eterno aprender a vivir y ser felices. Es verdad que hay personalidades genéticamente proclives a la tristeza, otras a la alegría. También es verdad que ciertas circunstancias de la vida pueden favorecer u obstaculizar la dicha del vivir. Pero es el lector mismo quien tiene que poner en práctica los medios de autoliberación que el libro entregará y, en un proceso de progresiva superación del sufrimiento humano, avanzar paulatinamente hacia la tranquilidad de la mente, la serenidad de los nervios y la paz del alma.

En la actualidad disponemos de muchos medios materiales, avances tecnológicos... pero la gente parece más individualista, nerviosa, dispersiva, en una palabra, menos feliz. ¿Tendremos que huir a una isla desierta para ser felices?

--P. Larrañaga: Efectivamente, la sociedad moderna es asesina, digamos así, porque acaba por desintegrar lo más sagrado del hombre que es la unidad interior y la estabilidad emocional. Y por ahí sobrevienen la dispersión, el estrés, y podemos aproximamos peligrosamente hacia la depresión, y todo esto en medio de la sensación generalizada de desasosiego. Para salvamos de una sociedad tan desestabilizadora no necesitamos retiramos a una isla solitaria. Pero tampoco se nos va a regalar la dicha de vivir como un presente de Navidad. El lector tendrá que someterse a un próceso de autoliberación siguiendo las pautas del libro.

Usted da mucha importancia a la oración, ¿necesita de ella para vivir con alegría?

--P. Larrañaga: Pienso absolutamente que el trato de amistad y la relación personal con Dios favorece enormemente, casi decididamente, la libertad interior, la ausencia del miedo y la alegría de vivir. Además sospecho que la oración y la actitud de abandono son el único camino de la paz profunda. De todas maneras pienso que los golpes rudos de la vida nos despedazarán inevitablemente si Dios está totalmente ausente del corazón.

Y si no tienes fe ¿puedes ser igualmente feliz?

--P. Larrañaga: Comprendo que puede haber hombres y mujeres completamente agnósticos e igualmente felices. Pero esto por excepción. El hombre, sin fe, tiene que sentir un gran vacío, allá, en la última soledad del ser, en aquel pozo infinito que sólo un infinito puede llenar. En todo caso, todas las reflexiones y orientaciones que entrega «El arte de ser feliz» van dirigidas a los que no tienen fe o la tienen débil.
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