Matrimonio, base sólida de la familia

Fuente: portumatrimonio.org




Siempre escuchamos decir que la familia es la base de la sociedad, pero pocas veces nos damos cuenta conscientemente de que el matrimonio es a su vez la base sólida en el cual se cimienta la familia. Múltiples estudios psicológicos y sociológicos demuestran claramente que el elemento que más afecta a los hijos, positiva o negativamente, es la calidad de la relación que llevan los padres. Si entre ellos hay constantes discusiones, peleas, insultos y malos tratos, o si simplemente se ignoran y no llevan una relación abierta, amorosa y sana, los hijos crecen inseguros, inestables y hasta rebeldes. Por el contrario, si la relación de los padres es una de armonía, amor, respeto y comunicación positiva y efectiva, los hijos crecen serenos y felices. Realmente no es necesario leer ninguno de estos estudios para darse cuenta, por experiencia vivida, de esta contundente verdad.

No pretendemos decir que debemos tener una relación de pareja “perfecta” para tener una familia estable y feliz. Todos somos humanos y en ciertos momentos cometeremos errores. Pero deseamos crear conciencia de la importancia de tener una relación de pareja sana. Es por ello que las Sagradas Escrituras, el Catecismo de la Iglesia Católica y múltiples documentos eclesiales y teológicos nos indican la importancia del matrimonio para la familia, la Iglesia y la sociedad. Al meditar esta realidad, nos damos cuenta de que si el matrimonio está sólido, la familia también lo está; y si la familia está bien, la sociedad está mucho mejor. No nos sorprende entonces las enseñanzas de la Iglesia que nos muestran que el matrimonio (la unión del hombre y la mujer en una sola carne, unidos en el amor eterno de Dios) es el reflejo vivo del amor de Dios en la tierra.

Por ello, si la pareja quiere tener una familia sólida, estable y feliz, debe primero desarrollar una relación conyugal sana en la cual reine el respeto mutuo y en la que el amor entre los dos sea el vehículo para ofrecer a los hijos, y por consiguiente a la familia entera, un ambiente propicio de amor y paz.

La boda dura un día, el sacramento… ¡toda la vida!



El día de nuestra boda, ese día donde decimos sí a nuestra unión de amor ante Dios y ante los hombres, es un momento transformador en nuestra jornada de vida. Podemos decir que de alguna manera la historia del ser humano de divide en antes y después de casarse ya que es ese instante cuando dejamos de ser un solo ser, una sola persona, para convertirnos en un solo ser y tres personas. ¿Cuáles son esas tres personas? El esposo, la esposa y Dios. Ese es el plan de Dios para el matrimonio. Dios nos creó hombre y mujer para que uniéndonos en una sola carne en mutuo amor y sellados y unidos en el amor de Dios, nuestro matrimonio sea el reflejo del Amor de Dios en la Tierra. En otras palabras, nos convertimos en la imagen de la Trinidad Santa en este mundo.

Sin lugar a dudas, decirle sí a la vocación del matrimonio es uno de los pasos más importantes –si no el más importante- que daremos en nuestra vida. Las implicaciones para la pareja, la familia que formarán, la sociedad y la Iglesia son enormes. Por ello, cuando preparamos nuestra boda, debemos tener en claro lo que implica esta verdad. De no hacerlo, corremos el peligro de pensar que el matrimonio, el Sacramento, se reduce a la planificación del día de nuestra boda. Hoy en día son muchos los que dedican más tiempo, esfuerzo, atención y aun estrés a buscar la iglesia más bonita, el vestido más bello, el lugar de recepción más elaborado, los arreglos florales más vistosos, la comida más elegante, el fotógrafo mejor y más profesional y un sinfín de cosas y gastos para asegurarse de que nuestra boda “sea la mejor”

Pero son pocas las veces en que las parejas piensan en lo más importante. Pocas somos las parejas que se enfocan en el tiempo que invertirán en una buena preparación matrimonial, en conversar profundamente sobre cómo vamos a llevar nuestra vida familiar y espiritual, cuáles son los valores bajo los cuales regiremos nuestra vida juntos y la de nuestros hijos, cómo practicaremos y fomentaremos nuestra fe; en fin, como vamos a hacer de Dios el centro y la roca en la cual fundamentaremos nuestro matrimonio y familia. Es triste ver cuántas parejas gastan sin medida y pasan cientos de horas y miles de dólares planeando su boda, pero recienten que la Iglesia les pida uno o dos días de preparación matrimonial, cuando se ha demostrado que las parejas que viven una buena preparación matrimonial reducen drásticamente la incidencia de divorcio y disfrutan de matrimonios más sanos y felices. Es impresionante ver cuántas parejas se unen simplemente por pasión, por no sentirse que están sin pareja (como sus amistades), para llenar el vacío de la soledad o para tener quien les sirva, sin tener un concepto claro de lo que verdaderamente es el matrimonio, según el plan de Dios, o de lo que el amor conyugal verdadero y maduro implica: un amor total, libre, fiel y fructífero.

Notamos con frecuencia que cuando las parejas comienzan a vivir la realidad de la vida diaria, cuando enfrentan el proceso de adaptación de dos vidas con diferentes pasados y trasfondos, cuando se dan cuenta que el amor conyugal exige sacrificios y no es solo disfrutar de compañía y beneficios, cuando se dan cuenta que el amor maduro implica no buscar egoístamente el bien propio sino el bien del ser amado, muchos terminan separándose y aun divorciándose, reduciendo así al Sacramento a poco más que un experimento para encontrar una felicidad que es vana y pasajera. Procuremos pues durante el tiempo de nuestro compromiso nupcial, centrarnos en lo que de verdad importa. Busquemos entender el verdadero significado y compromiso de esta unión, comprometernos a esta maravillosa vocación de vida que es el matrimonio, creado y diseñado por Dios para la felicidad de los cónyuges y la continuación de la vida humana. Recordemos que la boda dura un día, pero el matrimonio, ¡toda la vida!

A continuación un podcast acerca de mi experiencia en el matrimonio.
Tengo 33 años de casada.