6 mujeres estériles que dieron a luz

Sara, esposa de Abraham:
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“El nombre de la mujer de Abram era Sarai… Mas Sarai era estéril, y no tenía hijo”, Gén. 11:29-30.

“Y le dijeron [los varones visitantes]: ‘¿Dónde está Sara tu mujer?’ Y él respondió: ‘Aquí en la tienda’. Entonces dijo: ‘De cierto volveré a ti; y según el tiempo de la vida, he aquí que Sara tu mujer tendrá un hijo’ Y Sara escuchaba a la puerta de la tienda, que estaba detrás de él. Y Abraham y Sara eran viejos, de edad avanzada; y a Sara le había cesado ya la costumbre de las mujeres. Se rio, pues, Sara entre sí diciendo: ‘¿Después que he envejecido tendré deleite, siendo mi señor ya viejo?’ Entonces Yahvé dijo a Abraham: ‘¿Por qué se ha reído Sara diciendo: ¿Será cierto que he de dar a luz siendo ya vieja? ¿Hay para Dios alguna cosa difícil? Al tiempo señalado volveré a ti, y según el tiempo de la vida, Sara tendrá un hijo’. Entonces Sara negó, diciendo: ‘No me reí’; porque tuvo miedo. Y él dijo: ‘No es así, sino que te has reído”, Gén. 18:15.

“Visitó Yahvé a Sara, como había hablado. Y Sara concibió y dio a Abraham un hijo en su vejez, en el tiempo que Dios le había dicho. Y llamó Abraham el nombre de su hijo que le nació, que le dio a luz Sara, Isaac. Y circuncidó Abraham a su hijo Isaac de ocho días, como Dios le había mandado. Y era Abraham de cien años cuando nació Isaac su hijo. Entonces dijo Sara: ‘Dios me ha hecho reír, y cualquiera que lo oyere, se reirá conmigo. Y añadió: “¿Quién dijera a Abraham que Sara habría de dar de mamar a hijos? Pues le he dado un hijo en su vejez”, Gén. 21:1-7.

Cuando Dios llamó a Abraham a salir de Ur e ir a Canaán, le prometió hacer de él “una nación grande”, Gén. 12:1. Luego Dios le dijo que de él saldría un pueblo numeroso como la arena del mar y como las estrellas del cielo que no se pueden contar; que a través de ese pueblo bendeciría a todas las familias de la tierra: les daría las Escrituras, la revelación de Sí mismo en los múltiples preceptos y ceremonias ricos en simbolismos y enseñanzas, que serían el marco para la manifestación del Mesías, el cumplimiento supremo de todo Su amor para el hombre.

Abraham y Sara fueron probados. Eran ya de avanzada edad y, para complementar el aparente problema, ella también era estéril. Ambos cayeron en la tentación de pensar que la descendencia sólo podría venir a través de Agar, la sierva de Sara. La costumbre entonces era considerar a las siervas como una posesión de los patriarcas y que los hijos procreados con ellas eran legítimos. Sin embargo, ese no era el plan divino.

Cuando nació Ismael, Abraham tenía ya ochenta y seis años. El castigo por este fracaso fue la rivalidad que hubo entre Agar y Sara y entre sus respectivos hijos, lo cual culminó con la expulsión de la esclava y de su hijo. Sin embargo, vemos aquí la misericordia de Dios, al prometerle a Abraham que de Ismael saldría también una nación por ser también su descendiente, Gén. 16:10-12; 21:13, 18, 20.

Después de su lamentable fracaso, la fe de Abraham y Sara tuvo que esperar todavía casi catorce años hasta el nacimiento de Isaac, el legítimo hijo de la promesa. El patriarca era ya de cien años. Y aun así la fe de Abraham fue probada una vez más, al pedirle Dios que le sacrificara a su hijo Isaac. La Epístola a los Hebreos afirma que: “Por la fe, Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía a su unigénito, habiéndosele dicho: ‘En Isaac te será llamada descendencia; pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde en sentido figurado, también le volvió a recibir”, Heb. 11:17-19.

Más de un hombre desesperado por no tener familia de una esposa estéril, se ha visto tentado a serle infiel y las consecuencias han sido dolorosas. Aunque Agar e Ismael fueron objeto de la misericordia de Dios y recibieron promesas, fueron expulsados de la casa patriarcal y, muy posiblemente, las consecuencias de aquel error, repercuten hasta hoy en la rivalidad étnica, racial, política y religiosa entre judíos y árabes, los descendientes respectivos de Isaac y de Ismael.

En el caso de Abraham, Dios tenía ya dispuesto lo que habría de hacer a su debido tiempo. La fe del patriarca fue probada y fortalecida y, a pesar de su fracaso, se ganó el título de Padre de la fe. Los descendientes de Abraham recordarían que el origen de su pueblo fue a través de un milagro: el hijo de un anciano de cien años y de una anciana que había sido estéril toda su vida.


2. Rebeca, esposa Isaac:
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“Y oró Isaac a Yahvé  por su mujer, que era estéril; y lo aceptó Yahvé ; y concibió Rebeca su mujer. …Cuando se cumplieron sus días para dar a luz, he aquí había gemelos en su vientre. …Y era Isaac de edad de sesenta años cuando ella los dio a luz”, Gén. 25:21, 24, 26.

Isaac, quien heredó la promesa de que de él saldría un pueblo numeroso para bendecir al mundo, fue también probado cuando su esposa Rebeca resultó ser también estéril como madre Sara. En lo conciso del relato no se dice cuánto tiempo lo abrumó tal obstáculo, pero dice que él oró por su esposa “y lo aceptó Jehová; y concibió Rebeca”. Otro milagro que habrían de contar sus descendientes acerca de Dios, quien cumple sus promesas.

3. Raquel, esposa de Jacob:
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“Y vio Yahvé  que Lea era menospreciada, y le dio hijos; pero Raquel era estéril”, Gén. 29:31.

“Viendo Raquel que no daba hijos a Jacob, tuvo envidia de su hermana, y decía a Jacob: ‘Dame hijos, o si no, me muero”. Gén. 30:1.

“Y se acordó Dios de Raquel, y la oyó Dios, y le concedió hijos. Y concibió, y dio a luz un hijo, y dijo: ‘Dios ha quitado mi afrenta’; y llamó su nombre José, diciendo: ‘Añádame Yahvé  otro hijo’. Gén. 30:22-24.

Raquel, la esposa por quien Jacob había trabajado duramente catorce años para su tío Labán, era estéril. Ella amaba a su esposo y quería complacerlo con darle también descendencia. Era una afrenta no poder concebir. Raquel sabía que sobre su otra esposa y sus dos siervas, quienes ya le habían dado varones, Jacob tenía un amor especial para ella y deseaba también tener parte en darle los hijos que cumplirían la promesa de una gran nación. Así, a su tiempo, Dios le concedió ser la madre de José y de Benjamín. En su desesperación ya había expresado que si no tenía hijos preferiría morir.

Para la gran mayoría de los esposos, el ser padres es una parte fundamental en su realización como personas y anhelan grandemente tener hijos. Algunos lo consiguen, en parte, al convertirse en padres adoptivos; pero esto generalmente no llega a satisfacerlos totalmente como el ser padres biológicos.

Los matrimonios sin hijos tienen todo el derecho de orar y pedir a otros que oren por ellos para que Dios les conceda la bendición de la paternidad y la maternidad. Sin embargo, finalmente deben aceptar la voluntad de Dios para sus vidas. Él sabe mejor lo que conviene, según Rom. 8:26-28.


4. La esposa de Manoa:
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“Y había un hombre de Zora, de la tribu de Dan, el cual se llamaba Manoa; y su mujer era estéril y nunca había tenido hijos. A esta mujer apareció el ángel de Yahvé, y le dijo: ‘He aquí que tú eres estéril, y nunca has tenido hijos; pero concebirás y darás a luz un hijo”, Jue. 13:2-3.

“Y la mujer dio a luz un hijo, y le puso por nombre Sansón. Y el niño creció y Yahvé  lo bendijo”, Jue. 13:24.

La esposa de Manoa era también infértil, sin embargo, Dios tenía planes para ella y su esposo. Le envió a un ángel con el mensaje de que tendría un hijo. Este varón sería algo especial, sería apartado desde el vientre de su madre con el “voto de nazareo”, separado para el servicio de Dios. No debía tomar vino ni sidra, ni cortarse el cabello, por lo cual su madre debía también abstenerse de ingerir licor desde su gestación, y no comer cosa inmunda. Al ser adulto, este hombre sería un juez sobre Israel y libraría a su pueblo de la opresión que los filisteos les infligían.

El ángel que Manoa y su esposa vieron, era la misma presencia de Dios en forma angélica.


5. Ana, esposa de Elcana:
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“Y tenía él dos mujeres; el nombre de una era Ana, y el de la otra, Penina. Y Penina tenía hijos, más Ana no los tenía”.

“Y su rival la irritaba, enojándola y entristeciéndola, porque Yahvé  no le había concedido tener hijos. Así hacía cada año; cuando subía a la casa de Yahvé, la irritaba así; por lo cual Ana lloraba, y no comía. Y Elcana su marido le dijo: ‘Ana, ¿por qué lloras? ¿por qué no comes? ¿y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos?’

Y se levantó ana después que hubo comido y bebido en Silo; y mientras el sacerdote Elí estaba sentado en una silla junto a un pilar del templo de Jehová, ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente.

E hizo voto, diciendo: ‘Yahvé  de los ejércitos, si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Yahvé  todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza’ ”. I Sam. 1-2; 6-11.


“Elí respondió y dijo: ‘Vé en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho’. Y ella dijo: ‘Halle tu sierva gracia delante de tus ojos’. Y se fue la mujer por su camino, y comió, y no estuvo más triste.

Y levantándose de mañana, adoraron delante de Jehová, y volvieron y fueron a su casa en Ramá. Y Elcana se llegó a Ana su mujer, y Yahvé  se acordó de ella. Aconteció que al cumplirse el tiempo, después de haber concebido Ana, dio a luz un hijo, y le puso por nombre Samuel, diciendo: ‘Por cuanto lo pedí a Jehová’ ”.

“ ‘por este niño oraba, y Yahvé  me dio lo que le pedí. Yo, pues, lo dedico también a Jehová; todos los días que viva, será de Jehová’. Y adoró allí a Jehová”. I Sam. 1:17-20; 27-28.

Ana, al igual que Raquel, sufría al no tener hijos de su esposo y padecía la burla de Penina, su rival, la otra esposa de Elcana. Un día derramó su corazón delante de Dios, le pidió un hijo y ofreció dárselo a Dios para Su servicio. Y cumplió su palabra. Ese hijo llegó a ser el gran profeta Samuel, sacerdote y el último juez de Israel, de quien dicen las Escrituras: “Y Samuel creció, y Yahvé  estaba con él, y no dejó caer a tierra ninguna de sus palabras”. I Sam. 3:19.



6. Elisabet, esposa de Zacarías:
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“Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; su mujer era de las hijas de Aarón, y se llamaba Elisabet. Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Pero no tenían hijo, porque Elisabet era estéril, y ambos eran ya de edad avanzada”, Luc. 1:5-7.

“Aconteció que ejerciendo Zacarías el sacerdocio delante de Dios según el orden de su clase, conforme a la costumbre del sacerdocio, le tocó en suerte ofrecer el incienso, entrando en el santuario del Señor. Y toda la multitud del pueblo estaba fuera orando a la hora del incienso. Y se le apareció un ángel del Señor puesto en pie a la derecha del altar del incienso. Y se turbó Zacarías al verle y le sobrecogió temor. Pero el ángel le dijo: ‘Zacarías, no temas; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Juan’ ”.

“Después de aquellos días concibió su mujer Elisabet, y se recluyó en casa por cinco meses, diciendo: ‘Así ha hecho conmigo el Señor en los días en que se dignó quitar mi afrenta entre los hombres’ ”. Luc. 1:24-25.

“Cuando a Elisabet se le cumplió el tiempo de su alumbramiento, dio a luz un hijo. Y cuando oyeron los vecinos y los parientes que Dios había engrandecido para con ella su misericordia, se regocijaron con ella”, Luc. 1: 57-58.

Ésta es otra historia más de una anciana estéril, que al final de su vida fue bendecida con la maternidad.

Zacarías no creyó la palabra del ángel Gabriel y por ello el ángel le dijo que quedaría mudo hasta el día del nacimiento de su hijo. Cuando éste nació y sugerían que se llamara Zacarías como su padre, su lengua fue desatada y dijo que se llamaría Juan, como lo anunció Gabriel.

Zacarías y Elisabet “eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los mandamientos y ordenanzas del Señor. Pero no tenían hijo, porque Elisabet era estéril, y ambos eran ya de edad avanzada”. El no tener hijos no era un castigo de Dios, pues Él de antemano los había escogido para traer al mundo a quien sería el precursor y presentador del Señor Jesucristo. Juan presentó a Jesús a sus discípulos como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, Juan 1:29; y luego, al bautizarlo en el Jordán, se manifestó la Santísima Trinidad y se dio así aprobación al ministerio de Jesús, Juan 1:33 y Mat. 3:16-17.